EL HOMBRE QUE ABURRIÓ HASTA A SU PERRO (RELATO)
Era un hombre de lo más desafortunado. La felicidad nunca quiso tener trato alguno con él. Le fallaron todas las mujeres que amó y todos los amigos en los que deposito su confianza y hasta sus ahorros.
Tantos reveses sufridos lo convirtieron en un ser hosco, taciturno y finalmente silencioso, pues no hablaba con nadie y, si alguien lo saludaba, no respondía a su saludo.
Su perro era el último que seguía con él. El animal trató de hacerlo reaccionar. Frotaba la cabeza contra sus piernas, le ladraba cariñosamente con la esperanza de que su amo le contestara de algún modo, aunque fuera con ladridos.
Finalmente, el fiel animal se cansó de intentarlo inútilmente, y también lo abandonó viniendo a mi casa que era la vecina a la suya.
Se lo traje al decepcionado can, de vuelta, y le dije al hombre asilvestrado:
—No seas cruel con el único ser vivo que te quiere de verdad, sin tú merecerlo. Muéstrale un poco de humanidad, por favor --le supliqué.
El hombre que lo odiaba ya todo, hasta su propia vida, viendo al animal observándole anhelante, con ojos pedigüeños, terminó conmoviéndose, le acercó una mano temblorosa a la cabeza y, acariciándola, me dijo:
—Acabáis de salvarme la vida los dos. Lo tenía todo preparado para suicidarme.
Desde el día que recuperó a su perro, al que había llamado Martillo por la forma de su cabeza, aquel hombre que había llegado al punto de no querer seguir viviendo, nunca quiso tener tratos con ninguna mujer, pero adquirió una perra para Martillo y ahora es feliz con su numerosa familia perruna.
Yo tampoco soy afortunado con las mujeres, pero poseo un carácter acomodadizo y, cuando una mujer me abandona, no me considero un desgraciado y procuro enseguida reponerla con otra. Esto me funciona bien, pues en mis momentos de insensata euforia me considero un hombre feliz.
(Copyright Andrés Fornells)