EL GRAN PELIGRO DE LAS SIRENAS (RELATO)

EL GRAN PELIGRO DE LAS SIRENAS (RELATO)

EL GRAN PELIGRO DE LAS SIRENAS

(OTRA VERSIÓN DE ESTA HISTORIA)

Él era un gran héroe griego y se llamaba Ulises. Afortunado en muchas cosas, entre las que se contaban los amores, enamoró locamente a Penélope, una joven de extraordinaria hermosura por la que suspiraban todos los hombres más eminentes de la, en aquellos tiempos, poderosa, próspera y sabia Grecia. Penélope le regaló a su amado Ulises su flor, virginal todavía, además de su abrasante pasión y su indefectible fidelidad.

El poderoso, irresistible afán de Ulises por viajar y correr aventuras lo llevó después de muchos días surcando los mares al país de las sirenas. Advertido tiempo atrás del inmenso peligro que correría si escuchaba sus embelesantes cantos, antes de pisar la isla habitada por ellas, el héroe griego taponó bien sus oídos para no escuchar y ser seducido por esos cantos.

Pero Ulises no fue lo bastante prudente, ni previsor ya que anuló su audición, pero no vendó sus ojos y, a través de ellos, quedó prendido de la irresistible belleza que poseían las sirenas.

Y por ese descuido suyo tuvo que permanecer muchísimo tiempo con aquellas seductoras criaturas y vivir una existencia colmada de placeres carnales que le hicieron olvidarse de la fiel Penélope que seguía esperándolo, tejiendo y destejiendo el vestido que la libraba de convertirse en la esposa de algún hombre al que no amaba, porque su amor eterno se lo entregó al héroe que, para desgracia suya logró quedar sordo, pero no ciego.

Ese bonito final feliz que todos los románticos desean para las parejas de grandes amantes no se consiguió en este caso, pues cuando Ulises regresó a casa era un viejo achacoso sin atractivo alguno y, para añadir tragedia a su vuelta al hogar, su perro que había vivido una larguísima existencia librándose de todas las enfermedades, al verlo tan desmejorado se murió del disgusto. Penélope terminó de tejer su vestido, un vestido de luto que llevó el día en que su infiel marido dejó de necesitar sus cuidados.

Afortunadamente para ella en esa época no existían los asilos de ancianos, pues allí la habrían enviado sus criticones y severos parientes.

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