EL CURANDERO DEL LORO (VIVENCIAS MÍAS)

EL CURANDERO DEL LORO (VIVENCIAS MÍAS)

Visité en una aldea perdida entre montañas a un curandero al que todo el mundo conocía como Diego. Este sanador poseía un loro al que llamaba Sebastián —en memoria de su difunto padre—. Este curioso animal, te saludaba cuando entrabas en el cuartucho-consulta, con una frase muy bien intencionada: La paz sea contigo, hermano.

El Curandero del Loro, como le decía todo el mundo, me colocó en su sitio un hombro que tenía la mala costumbre de salírseme cada vez que

le daba la gama. Este hombro me lo disloqué jugando al rugby, un deporte durísimo jugado por auténticos caballeros.

Eso me ocurrió veinte años atrás, y el hombro colocado por aquel nunca más se me ha vuelto a salir del sitio. Esto lo he recordado hoy al entrar en una tienda de mascotas y ver uno de estos pájaros de tan vivos colores y que son de los pocos que sienten interés por imitar la voz de los seres humanos, cualquiera que sea el idioma que hablen.

El Curandero del Loro, si vive todavía debe ser centenario en el momento que se me ha ocurrido escribir estas líneas. Si es así, me permito saludarlo con el agradecimiento que nunca he dejado de tenerle:

 ¡Un cariñosísimo abrazo, desde la gran distancia que nos separa, señor Diego!