EL CAZADOR DE MARIPOSAS O EL ESLABÓN PERDIDO (RELATO)

EL CAZADOR DE MARIPOSAS O EL ESLABÓN PERDIDO (RELATO)

         La noche amazónica retira su negra cortina para dar paso a la luminosidad del amanecer. Los millones de criaturas que pueblan este feraz territorio inician la enloquecida y ensordecedora actividad diaria que permitirá sigan vivas muchas de ellas, a costa de la muerte de otras. Las aves expanden por el aire todavía brumoso la algarabía de sus voces. Una ingente cantidad de fragancias diferentes brotan de las bien nutridas plantas.

       Petronio Prieto ha madrugado más que toda la efervescente fauna de su entorno, calentado en un hornillo una gran taza de café y comido cuatro magdalenas. Terminado este frugal desayuno, apaga su linterna portátil, cierra con la cremallera la entrada de su tienda de campaña para evitar se le metan animales o insectos que ataquen o dañen su valioso material y sus provisiones. En su mano lleva su imprescindible herramienta: el mango terminado en una bolsita de gasa cuya boca mantiene abierta un círculo de alambre, y comienza la caza de mariposas, práctica iniciada algunos años atrás como hobby y que, con el tiempo, él ha convertido en una profesión bastante lucrativa. La venta de lepidópteros, de forma directa o por Internet, es actualmente un próspero negocio. Un ejemplo muy notorio al respecto es que, en Estados Unidos, las crisálidas a punto de nacer son ya un regalo muy habitual apreciado. Petronio Prieto no hace el menor caso a los detractores que denuncian la posibilidad del total exterminio de algunas especies de mariposas que resultan imprescindibles para la polinización, por existir un gran número de plantas que solo pueden seguir produciéndose gracias a alguna especie de estos insectos lepidópteros.

       En nada de esto piensa el cazador, manteniendo siempre la vista al frente, sin elevarla mucho ni distraerla con la bella naturaleza que lo rodea, belleza por otra parte, tan conocida que le resulta ya indiferente. Ello motiva no se entere de lo que sucede a varios metros por encima de su cabeza. Sobre todo, cuando acaba de descubrir la presencia, nada menos que de una prepona xenágoras hembra, más valiosa que los machos a pesar de que, por lo general son menos coloridas, debido a lo difíciles que son de encontrar porque suelen hallarse en lugares sombríos y cerrados. La persigue cauteloso, preparado para cuando se detenga en una flor o en una mata. Raramente yerra el golpe, pero si esto le sucediera no correría detrás de la mariposa porque la excitaría a que volase más; sino que permanecería quieto y el insecto no tardaría en detenerse y podría entonces intentar cazarlo de nuevo.  Muy experto en este oficio suyo, Petronio Prieto nunca coge a una mariposa por las alas pues con ello provocaría que desaparecieran al instante sus brillantes colores debido al esfuerzo que el insecto haría por escapar. Lo que este experto cazador hace, una vez ha conseguido apresar dentro de su red a una mariposa, es aprovechar el momento en que ella se coloca de la forma que a él le conviene, y entonces le mete un alfiler en la espalda la sujeta de esta manera e inmediatamente le introduce otro alfiler más grueso en medio de su cuerpo para que muera pronto y no sufra, y finalmente la pasa a la caja especial que lleva dentro de la mochila cargada a su espalda.

        Por fin la extraordinaria mariposa que persigue se para en una gran flor de hibisco. Patricio Prieto contiene la respiración, ralentiza sus movimientos mientras se va acercando a ella. No quiere se le escape tan extraordinario ejemplar ni tampoco dañarlo.

        Sin él apercibirse, medio oculta entre el ramaje de un árbol próximo, a unos diez metros por encima suyo, lo está observando con notorio interés una familia de simios, compuesta por una pareja y su hijo pequeño. Él nunca vio antes a un ser humano. Lleno de curiosidad les pregunta a sus padres sobre esta especie de mono de cuerpo raro y con pelo únicamente en la cabeza. Su padre le explica, mientras su cariñosa madre lo espulga:

       —Los monos como ése, mucho tiempo atrás, fueron como nosotros. Pero sufrieron una terrible mutación que los convirtió en una especie muy inferior. Apenas tienen pelo y para no morirse de frío tiene que proteger su cuerpo con hierbas. Solo caminan con sus patas, no saben trepar a los árboles y en vez de ricas hojas como porquerías.

       —¡Como mariposas! —entiende el monito—. ¡Qué asco! Me da pena de él. ¿Puedo tirarle el coco que guardo desde ayer?

      —Sí, eso será un gesto de caridad por tu parte, hijo —aprueba el mono padre.

        El cazador cree se le ha caído encima un meteorito cuando siente un golpe tan fuerte y doloroso en la cabeza que lo deja sin conocimiento tendido sobre una mata de espinos.  

        Cuando un buen rato más tarde Petronio Prieto recobra sus sentidos, descubre la existencia de un enorme chichón en lo alto de su cabeza, numerosas punzadas de dolor en diferentes partes de su persona y, a su lado tiene un coco que le hace deducir que ha sido lo que con tanta dureza impactó contra su cráneo.

        Todavía hoy, y mucho ha sido el tiempo transcurrido pues sirvió para que se deshojaran varios calendarios, Petronio Prieto se pregunta de dónde pudo provenir ese duro fruto que lo noqueó, pues los árboles más cercanos a él no eran cocoteros sino acacias. Y lamenta que, aparte del tremendo golpe recibido y las numerosas heriditas causadas por la maldita planta de espino sobre la que aterrizó, la prepona xenágoras, el mejor ejemplar que ha visto en toda su vida, no estuviese más en su red.

(Copyright Andrés Fornells)