El abuelo nació en el sur
(Copyright Andrés Fornells)
El abuelo nació en tierras del sur.
Cálidas, fértiles y luminosas tierras.
El abuelo añoró siempre aquel clima
de explosivas primaveras que henchían
de aromas su pecho, de alegría su corazón,
y de vitalidad y agradecimiento su alma.
Al encontrarse separado de todo aquello,
el abuelo extrañó el terreno labrado,
y la cosecha que premiaba los sudores
derramados sobre los surcos.
Los ojos del abuelo sufrían por no poder ver más
la vieja casona familiar, y recrearse visionando,
en el recuerdo, la recia figura de su noble padre,
un hombre cabal y esforzado, trabajando de sol a sol;
las amorosas miradas y las sentimentales canciones
de su adorable madre mientras cocinaba,
remendaba la ropa o la tendía a secar en el patio.
Y asimismo la fiel compañía de un perro al que acariciar
su cabeza y del que recibir la respuesta de agradecimiento
de su cola agitada y el brillo cariñoso de sus ojos mansos.
El abuelo un día había tenido que escoger
entre el asilo de ancianos o las tierras frías del norte
donde vivía el hijo que le recogió.
A este buen hijo que le tuvo con él,
demostrándole generosidad y reconocimiento,
cuando el abuelo cayó enfermo
le hizo una última, conmovedora petición:
—Hijo, por favor, que me entierren
con los pies mirando al sur,
para que mi espíritu regrese allí.
Su hijo lloró por primera vez
desde que se hizo hombre,
y se dio cuenta de lo que su padre
nunca le había dicho: que su cuerpo
se había venido donde él,
pero su alma se había quedado en el sur.
Y entonces descubrió que también él,
al igual que su padre, se había convertido
en un triste desarraigado.