DOS VIUDAS MUY ALEGRES (RELATO NEGRO)
Dos mujeres cercanas a los cincuenta se encontraron en un desfile de moda después de diez años de no verse. Mutuas alabanzas del buen aspecto que ambas conservan. Secretos de belleza que les permiten aparentan diez años menos de los que tienen. Guardan repentino silencio pues han comenzado a desfilar las modelos por la pasarela. Las dos toman nota de un par de vestidos que les han gustado.
Se produce otra pausa en el desfile que les permite hablar de nuevo.
—¿Sigues casado con Roberto?
—Estoy viuda.
—Chica, lo mismo que yo, de Alfonso.
Callan para prestar atención a las modelos que desfilan de nuevo. Terminado el espectáculo acuerdan ir a cenar juntos. La amistad de antaño se ha reavivado rápidamente.
Escogen un restaurante caro. Ambas fueron dejadas en muy buena posición por sus difuntos maridos. Escogen unos suculentos manjares dando la excusa que resulta siempre imbatible: “Un día es un día”. Ambas aman el champán y piden una botella del más caro. “Un día es un día”.
—Hace mucho que eres viuda.
—Va para nueve años.
—Chica, un año menos que yo. ¿Durante todo ese tiempo no se te ha presentado ninguna oportunidad de casarte de nuevo? Sigues estando guapísima y seguramente atrayendo poderosamente la atención de los hombres. Y como dijo un pastelero: “A nadie le amarga un dulce”.
—No me hace falta casarme, querida. Tengo mi dinero bien invertido, me reporta substanciosas ganancias y no necesito el dinero de nadie.
—Yo me refería a lo otro, a lo del placer conyugal.
—¡Ah, eso! Eso lo tengo bien servido con mayordomos jóvenes, que despido cuando me canso de ellos y los reemplazo por otros.
—¡Je, je. je! ¡Qué lista eres! Yo hago lo mismo.
Se miran mostrando mutua admiración y entendimiento. Han recuperado la confianza de otros tiempos y deciden sincerarse la una con la otra y viceversa.
—¿De qué murió tu marido?
—De un ataque de risa.
—¿Bromeas?
—No, lo digo en serio. Andaba regular del corazón, le hice cosquillas atado a la cama para que no pudiese escapar, hasta que finalmente le dio un infarto. Acabé agotada. Tardó, el muy desconsiderado, casi seis horas en exhalar el último suspiro. Después del entierro tuve que requerir los servicios de un fisioterapeuta: estaba molida y me dolía todo el cuerpo una barbaridad.
—¿Un fisioterapeuta joven y viril supongo?
—Querida, la duda ofende. Cuando una está acostumbrada a lo mejor, lo común no le vale.
Ríen. Llenan de nuevo sus copas. La mujer que perdió a su marido de tanto reír él, le pregunta a su amiga.
—¿Cómo conseguiste tú librarte de tu marido?
—Lo envié de vacaciones.
—¿A algún país del tercer mundo donde cogió alguna infección mortal? —especulando.
—Le convencí para que fuera a un safari diciéndole lo bonitos que estarían unos cuantos trofeos de cabezas de animales salvajes en nuestro espacioso salón y el gusto que él pasaría presumiendo delante de familiares y amigos de haberlos cazado él.
—¿Y se le disparó la escopeta quizás? —maliciosamente su divertida compañera de mesa.
—No. Se lo comió un león.
—¿Pero no tomó la precaución de salir de caza con un cazador profesional?
—Llegué a un acuerdo con él. Un cazador muy atractivo y ambicioso. Me salió caro, pero me hizo un buen servicio. Qué digo un buen servicio, me hizo un servicio perfecto: Dejó a mi marido solo delante de un enorme, fiero y hambriento león habiéndole dado un fusil descargado.
El camarero al escucharlas reír alegremente se acercó a terminar de escanciarles el resto de champán que quedaba en la botella.
—Tráiganos otra botella del mismo —ordenó la viuda que había perdido a su rico marido en las fauces de un león hambriento.
—Sí, y dos raciones de trata —añadió la asesina de la risa—. Celebremos que pertenecemos a la hermandad de las viudas alegres.
(Copyright Andrés Fornells)