DOS SEÑORAS PIJAS HABLAN DE SUS MARIDOS (RELATO)

DOS SEÑORAS PIJAS HABLAN DE SUS MARIDOS (RELATO)

DOS SEÑORAS PIJAS HABLAN DE SUS MARIDOS

Copyright Andrés Fornells)

Dos damas de la alta sociedad que llevaban algún tiempo sin verse quedaron en reunirse en una cafetería céntrica, tomarse un té con pastas y charlar.  El ansia de reunirse y contarse cosas, motivo que ambas sólo le faltasen al rigor de la puntualidad una media hora. Cambiaron abrazos ligeros y besos cercanos a las mejillas, no fuese un exceso de efusión a estropearles la armonía de sus excelentes maquillajes faciales.
Sentadas finalmente a una mesa y con las humeantes y aromáticas infusiones y dulces servidos, iniciaron la conversación. Muy elegantes ellas, daban delicados sorbitos y mordisquitos manteniendo todo el tiempo sus dedos meñiques graciosamente tiesos.
—Susa, tu marido estuvo de nuevo cazando elefantes el verano pasado, me contaste por teléfono.
—Sí, Piluca, cazando elefantes estuvo ese bobo. No entiendo porque les tiene tanto odio a esos grandotes y simpáticos animales.
—A lo mejor, de niño, algún elefante le pisó un callo —bromeó la amiga que lucía un modernísimo sombrerito gris.
—No creo. Con lo torpe que es mi Juanchito, más probable sería que él hubiese pisado la pata a algún elefante —respondió su amiga cuya rizada cabellera coronaba un encantador sombrerito blanco.
—Y tú, querida, ¿qué hiciste mientras tu marido cazaba?
—Ay, Piluca, dedicarles más tiempo a mis dos amantes; son siempre tan exigentes, tan necesitados de mí. Y tú, Susa, ¿qué hiciste el verano pasado?
—Mi marido ya sabes cómo odia el mar. El rumor de las olas altera sus sensibilísimos nervios. Él se quedó en nuestra casita de la montaña, registrando trinos de diferentes pájaros, acompañado de su joven y fiel mayordomo, y yo pasé mis vacaciones sola en la Costa Azul.
—¿Sola, sola? —con sorna la amiga del sombrerito gris.
—Sí, sola de día y con un amante diferente acompañándome todas las noches. Ya sabes que la oscuridad me asusta muchísimo y necesito tener compañía.

—Lo tuyo se llama nictofobia.

—Querida, nunca les pregunto el nombre. Me conformo con que sean bellos y varoniles.
Las dos amigas se entregaron a la hilaridad y, cesada ésta, prestaron atención a los ricos pastelitos sin gluten, sin calorías y antiengorde pues, aunque a sus orondos maridos no les importaba si estaban gordas o flacas, no ocurría lo mismo con sus exigentes amantes.

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