DIEGO EGARA, DETECTIVE (CAPÍTULO II PÁGINAS 21 Y 22) ACTUALIDAD
regala a los visitantes de Barcelona para que no se pierdan en el entramado de sus innumerables calles y para que puedan además encontrar todas las maravillas históricas, arquitectónicas y ajardinadas que atesora la capital de Cataluña.
En el centro de la pared que, una vez yo reposadas las sentaderas en mi silla queda detrás de mí, tengo la graciosa cara del payaso que pintó, me maravilló y me obsequió, siendo yo todavía un niño, mi asentada hermana Gloria.
Y justo debajo de este cuadrito cuelga un macramé con maceta dentro regalo de mi buena madre cuando yo comencé con esta actividad que ella y el resto de mi familia desaprueban absolutamente por considerarla ruinosa, degradante y casi indecorosa. El geranio que habitaba la mencionada maceta pasó a mejor vida por lo mal que llevaba el pasar sed, deceso que nunca le he comunicado a la bondadosa persona que me dio la vida, para evitar disgustarla.
Mi padre contribuyó, al comienzo de esta desaprobada actividad nueva mía, con una pistola de fogueo que tengo en el cajón de mi mesa junto a un revólver de verdad, cuya existencia ignoran todos los que me quieren bien, porque se lo oculto para que no sufran por mi causa. En esto hago caso a ese demodé dicho: “Ojos que no ven, corazón que no siente”.
El lunes había estrenado una nueva mañana y semana. Yo había madrugado y corrido un buen rato por el Paseo Marítimo a pesar de haberme acostado tarde. Me había acostado tarde porque la noche anterior, deambulé como alma en pena por la Plaza Real y alrededores, buscando tener la suerte de encontrarme de nuevo con Pasión y, de consentirlo ella, volviéramos a darnos otro atracón de sexo y placer como el disfrutado la noche-madrugada anterior. Sufrí con ella adicción, y los adictos necesitan continuas dosis de la droga que los mantiene calmados.
No encontré a aquella extraordinaria hembra y tuve que acostarme echándola muchísimo de menos. Es lo que tiene enviciarse con algo bueno en extremo, que uno no se conforma a pasarse sin ello.
Después de duchado y vestido de limpio, me comí un pa amb tomaquet que me preparé yo mismo en la cocina de mi apartamentito, y me fui directo a mi agencia. Llegado a ella, el tiempo que me acordaba de Pasión se me subía el ánimo, cuando se me debilitaba su recuerdo se adueñaban de mí el aburrimiento y el pesimismo.
Me reproché mil veces no haberle sacado con mi móvil una foto que me ayudase a verla con mis ojos físicos además de con los ojos de los recuerdos.
No considero ser un buen analista de sentimientos y posiblemente ni siquiera mediocre. Me falta adquirir mucha mayor madurez, experiencia y deseos de penetrar en mis arcanos secretos, pero si lo que yo sentía por la desaparecida Pasión no era enamoramiento, podía parecérsele tanto como una gota de agua de lluvia a otra.
No es la primera vez que experimento esa fijación, esa obsesión que consiste en pensar todo el tiempo en una persona, en los momentos de inmenso goce compartidos con ella y soltar suspiros hondos provocados por la dolosa sensación de que necesitas volver a vivir lo que ya no está más a tu alcance.
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