CUANDO SITO MIRABA ATRÁS (MICRORRELATO)

Sito había nacido en el seno de una familia muy humilde. Creció hambriento y mal nutrido. Vestía siempre ropas que habían estrenado otros, y que llegaban a él rotas y con remiendos. Los lujos le eran desconocidos. Sufría continuas frustraciones. Anhelaba con toda su alma tener un balón de futbol y no lo tenía. Deseaba regalar su paladar con caramelos y otras chucherías que sus padres no le podían comprar. Deseaba leer comics nuevos y sus padres le decían que se apañase con los cuatro que ya tenía más que releídos, porque no tenían dinero para tonterías prescindibles.
Si en esa época de su vida alguien le hubiese preguntado a Sito si era feliz, Sito habría dicho que únicamente lo era a ratos. Y esos ratos eran cuando su madre lo abrazaba, besaba y, con su cariñosa voz le decían lo muchísimo que lo querían. Cuando su padre, en vez de regañarle por no haber hecho lo que él le había ordenado, le acariciaba el pelo con su mano callosa y, afectuoso, le decía:
—Así me gusta, hijo, que seas responsable y hayas hecho lo que yo te pedí hicieras.
A su corta edad, Sitio tenía ya una obligación muy importante dentro de la familia: cuidar de las dos cabras que poseían. Estos animales, en cuanto él llegaba del colegio tenía que llevárselos a la margen del río donde crecía buena hierba para que comieran hasta hartarse. Él, en vez de vigilarlas, habría querido estar con los otros chicos que, en la explanada que llamaba El Campillo disfrutaban de lo lindo jugando al fútbol.
Sito había faltado a su importante obligación en un par de ocasiones, su padre lo había descubierto nada más tentarles a los animales sus ubres semivacías y le había dado a probar, en las sensibles nalgas su mano que, a Sito, le parecía tan dura como un leño.
A pesar de todo lo anterior, cuando Sito fue adulto, se situó laboralmente en una buena posición económica, y hubo perdido durante este proceso a sus padres, y en el lugar donde estuvo su humilde chamizo habían levantado un bloque de varios pisos, cuando él volvía la mirada atrás lo atacaba la nostalgia y, con ojos cargados de humedad pensaba que, la única época de su vida en la que había sido plenamente feliz, sin saber él apreciarlo debidamente, había sido la de su niñez. Regañinas merecidas, aparte, nadie lo había querido de un modo tan verdadero y sentido como sus padres. Y reconocía que uno aprende a apreciar el verdadero valor de todas las cosas cuando le cuesta muchísimo conseguirlas.
(Copyright Andrés Fornells)