DIA DE PRIMAVERA Y UNA VIEJA HISTORIA DE AMOR (MICRORRELATO)

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El joven llevaba en su mano una rosa roja de tallo largo. Llegó delante del banco del parque que le había descrito su madre. No estaba allí sentada la anciana que esperaba encontrar. Había una joven de más o menos su misma edad, que lo estaba observando con ojoa curiosos. El portador de la flor dudó entre quedarse allí esperando de pie o decidirse y tomar asiento en el banco al lado de la joven. Pensando en que igual su espera pudiese ser larga, caminó hasta allí y tomó asiento al lado de ella. Le gustó el perfume  que la muchacha llevaba y también lo bonita que era. Guardaron ambos silencio durante un par de minutos largos. Por fin fue ella la que le dirigió la palabra al joven:
—Perdona mi indiscreción, pero necesito hacerte una pregunta. ¿Conoces a un señor llamado Fulgencio García?
Las cejas de él se elevaron en demostración de sorpresa.
—Uno de mis abuelos se llamaba Fulgencio García.
—¿Has dicho se llamaba? —mostrando ella repentina consternación.
—Sí, murió hace cuatro meses —con tristeza—. Lo quería yo mucho —añadió, porque así se lo pidió el sentimiento, aunque supuso que a ella no le importaría este sentir suyo.
—Entiendo. Y te han encargado a ti entregar esta rosa a una señora llamada Alicia Sánchez.
—¿Cómo sabes tú eso? —perplejo.
—Porque así se llamaba mi abuela que también falleció hace cuatro meses, y mi madre me encargó venir aquí a decirle a tu abuelo este luctuoso suceso.
Los dos jóvenes se examinaron ahora abiertamente. Él fue el primero en tomar la palabra de nuevo:
—Oye, no me había dado cuenta hasta ahora de lo mucho que te pareces a la fotografía que mi abuelo conservaba de una chica de la que se enamoró en su adolescencia.
—¡Qué extraordinaria casualidad! Tú te pareces a una fotografía antigua que mi abuela conservaba de un chico con el que salía cuando era adolescente.
Los dos jóvenes encadenaron sus ojos y fue como si un fluido misterioso, ancestral, transitara del uno al otro por un camino espiritual que ellos acababan de construir a medias. Él le dio a ella la rosa. Ella la aceptó con absoluta naturalidad dedicándole una sonrisa feliz.
—Tu abuelo y mi abuela compartieron una preciosa y también triste historia de amor.
—La conozco. Podríamos hablar de ella tomando un café. ¿Qué te parece?
—Estupendo. ¿Sueles tener a menudo ocurrencias tan geniales?
—Bueno, también podemos hablar de eso.
Y como si fuera la cosa más natural del mundo, los dos jóvenes se levantaron del banco y echaron a andar cogidos de la mano, risueños, esperanzados.

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