DE BALCÓN A BALCÓN Y TRES DESAYUNOS (RELATO)

DE BALCÓN A BALCÓN Y TRES DESAYUNOS (RELATO)

Amadeo Palangana despertó. Giró la cabeza. Ella, Azucena Aguado estaba allí a su lado, dormida, con su cara angelical reposando encima de la almohada. Sintió ganas de soltar un estentóreo grito de felicidad y se tapó la boca con toda la mano para evitarlo. Por nada del mundo debía alterar el sueño de esta criatura tan divina.

Durante varios segundos la contempló embelesado. ¡Dios, qué hermosa era, y cuánto le quería ella! Le quería con locura. Ella se lo había repetido montones de veces mientras ambos se amaban con frenético desenfreno.

Una idea repentina, genial, lo puso en movimiento. Abandonó el lecho poniendo sumo cuidado de no despertarla. Su propósito era preparar dos suculentos desayunos y, cuando los tuviera listos, la despertaría con un beso, ella le sonreiría amorosamente, le devolvería el beso y desayunarían juntos. Y mientras desayunaban se mirarían todo el tiempo al fondo de los ojos y seguirían amándose con la mirada.

Cuando Amadeo Palangana regresó al dormitorio con el desayuno para dos en lo alto de una bandeja en la que, además llevaba una rosa amarilla que había robado del pequeño jardín de su comunidad, comprobó que la cama se hallaba vacía, cayendo entonces en la frustrante cuenta de que todo lo anterior lo había soñado. Todo menos los dos desayunos preparados, cuyo agradable olor embelesaba su nariz griega.

Azucena Aguado no estaba ni podía estar en su cama porque unos pocos días atrás ella había roto con él dejándole el corazón resquebrajado.

Esta cruda realidad le produjo tanta rabia que su reacción fue comerse los dos desayunos diciendo entre bocado y bocado:

—Ñam ñam, esto que te perdiste por tonta… Ñam ñam, esto que te perdiste por tonta…

Y llegó él en su enojo y frustración hasta el extremo de que, quitándole las espinas, también se comió la rosa amarilla con tallo y todo.

Lo lógico habría sido que se le hubiese indigestado lo comido. Pero no fue así. Amadeo Palangana se sintió muy bien. Salió al balcón. El sol, pintado de oro, sonreía y lo envolvió con su cariñoso calor. Y de pronto una voz que también le sonó cariñosa emitió un saludo desde el balcón colindante al suyo.

—Hola, vecino, buenos días.

Amadeo Palangana se volvió hacia la persona que acababa de saludarlo. Se trataba de Samanta una mujer joven y muy hermosa cuyo compañero sentimental se encontraba de viaje.

—Buenos días, vecina.

—Buenos días, vecino. Si no has desayunado te invito a desayunar conmigo.

—No he desayunado y acepto la invitación con mucho gusto —mintió él con la astucia que caracteriza a los que creen que cuando se presentan, las ocasiones son para aprovecharlas.

—Pues te espero en mi casa dentro de quince minutos.

—Ahí me tendrás dentro de un cuarto de hora.

Tarareando por lo bajo, Amadeo Palangana se afeitó, perfumó, vistió el atuendo con el que enamoró a Azucena Aguado, cogió otra rosa amarilla del jardín de la comunidad y se dispuso a batir un récord suyo comiéndose tres desayunos en una misma mañana.

Lo que Amadeo Palangana esperaba sucediera con su hermosa vecina, aún no había sucedido; pero considerando el vicioso brillo leído en sus ojos negrísimos, existía la posibilidad de que él encontrase consuelo a la pérdida de Azucena Aguado, que había roto con él por negarse él una y otra vez a visitar a los padres de ella, como ella le pedía continuamente, y empezado ella a salir con un tipo más atractivo que él y encima mejor situado laboralmente.

(Copyright Andrés Fornells)