CUENTO DE HADAS MODERNO (MICRORRELATO)

CUENTO DE HADAS MODERNO (MICRORRELATO)

El Príncipe Azul, vestido con sus mejores galas y muy bien armado, galopaba a la máxima velocidad que daba de sí su espléndido alazán, hincándole al noble animal, en los costados, sus espuelas de oro, al tiempo que le ordenaba, le exigía, apremiante, que corriera más que el rayo.

—¡Rápido, rápido! ¡Que una bella e indefensa princesa está en peligro!

El pobre caballo jadeaba, babeaba, sufría por el extraordinario esfuerzo al que lo estaba sometiendo su aristocrático jinete.

Por fin el animal y el noble llegaron a la fortaleza donde, al príncipe le habían comunicado que un dragón muy malo tenía secuestrada a la Princesa Dorita, la de la melena esplendorosa como el sol y más hermosa que el mismo corazón de la primavera.

Y justo en aquel momento se escuchó un gran ruido de cadenas y el enorme portalón de la fortaleza fue descendiendo hasta quedar cubriendo el foso y permitiendo al valiente caballero pudiera pasar por él y penetrar en la guarida de la terrible fiera. Y entonces, el recién llegado, descubrió que la Princesa Dorita estaba armada con una enorme espada manchada de sangre, tenía su frente empapada en sudor y lo miraba con ojos burlones al tiempo que le preguntaba:

—¿A dónde vas tan presuroso, Príncipe Azul?

—A salvarte del Dragón Malísimo que me han dicho te ha secuestrado —le respondió el recién llegado, poniendo cara de héroe.

La Princesa Dorita le mostró su espada cubierta de sangre y dijo con manifiesta guasa:

—No hacía falta que vinieras, Príncipe Azul. Del Dragón Malísimo que me secuestró, me he librado yo solita. Las damas lánguidas, inútiles y desvalidas, si de verdad han existido alguna vez, no existen ya más. ¡Oh!, has traído un caballo. Estupendo. Supongo que serán tan amable de prestármelo.

Al desconcertado Príncipe Azul le han habían enseñado galantería versallesca, dentro de cuyas normas entraba no tener nunca un no para una dama de alcurnia.

—Naturalmente que te presto mi caballo —desmontando, haciéndole una reverencia y entregándole las riendas.

—Muchas gracias. Que tengas un bonito día. Adiós.

La Princesa Dorita montó en el noble bruto, le hinco las espuelas en los flancos y los dos se alejaron al galope.

El Príncipe Azul tuvo que regresar a su palacio andando. Había llovido el día anterior y todos los caminos estaban embarrados. Cuando finalmente llegó a sus dominios se había convertido en el Príncipe de Barro, su perro no lo reconoció, le avisó con furiosos ladridos y, como el aristócrata no haciendo caso de su advertencia intentó entrar en su palacio, el can le mordió en el culo.

El príncipe Azul, debido a este suceso se dio cuenta de que los tiempos habían cambiado y, en vez de prestar él ayuda a las princesas, en el futuro les pidió ayuda a ellas cuando tuvo problemas con los dragones.

Y colorín colorado…

(Copyright Andrés Fornells)