CIENCIA-FICCIÓN CON HUMOR: VISITA DE LOS TRIPODIANOS (RELATO)
En Altramuces de Arriba, un pueblecito medio perdido en la Serranía de las Triquiñuelas, con el sol espejeando en las encaladas fachadas y en los cristales de las ventanas de sus casas (casas diseminadas según antojo de sus constructores), una buena mañana de un mes de mayo aterrizó una nave espacial no mucho más grande que un seiscientos al que hubiese aplastado un tráiler cargado de excavadoras.
Debido a que tuvo este artilugio volador el acierto de aterrizar en mitad de la Plaza Mayor, los del ayuntamiento que no teniendo otra cosa que hacer estaban fumando afuera en la puerta, y asimismo los del bar del Calzones (su dueño no usaba cinturón y se pasaba el día subiéndose los pantalones que deslizándose por su prominente barriga cervecera le caían hasta las rodillas enseñando, por esta causa, involuntariamente, lo que por ley debía ver solo su deprimida consorte) presenciamos los allí presentes como del interior de aquella aplanada nave planetaria salían los dos tíos más raros que ser humano alguno ha visto a lo largo de su historia terrenal. Los califico de raros porque mostraban una abusiva preferencia por la cifra tres.
Tenían tres ojos, dos de ellos en el mismo sitio que los tenemos nosotros, los terrícolas, y un tercero en mitad de la frente, éste bastante más pequeño que los otros dos. Tenían tres piernas todas del mismo tamaño, dos delanteras y una trasera que les facilitaba una veloz marcha atrás, como demostraron cuando el perro rabioso de Agustín, el cabrero, se fue para ellos con evidente intención de probarlos con sus dientes de cocodrilo y averiguar a qué sabían. Es muy posible que su dueño tuviera razón cuando justificó la agresividad de su can por el hecho de que nuestros visitantes eran de color verde y posiblemente los había confundido con dos grandes pepinos. Los recién llegados también contaban con tres brazos, dos saliéndoles de los escuálidos hombros y, el otro, el tercero, saliendo de la mitad de su pecho se mantenía tieso hacia arriba como si fuese una antena. Sumaban asimismo aquellos fenómenos de la naturaleza cósmica tres orejas, dos situadas donde todos nosotros las tenemos y una tercera en la frente, casi rozando su tercer ojo. Una especie de uniforme de color alfalfa les cubría desde el cuello a los pies parecidos, en su forma, a los que tienen los patos. Seguro que mis lectores más exigentes querrán saber si contaban también con un triplete de genitales. Permítanme que esto lo desvele un poco más tarde.
Lógicamente todos los altramuceños tuvimos que superar el colectivo pasmo inicial que nos produjo la inesperada visita de aquellos alienígenas. Lógicamente, una vez nos recuperamos de aquella masiva perplejidad, en masa nos acercamos a los visitantes y los rodeamos. El alcalde, que es cojicorto, carilargo, ambidextro y le gusta más que a Judas mentir y no cumplir las promesas que nos hace durante la campaña electoral, les dirigió las siguientes palabra:
—Forasteros, yo, que soy la máxima autoridad de Altramuces, el pueblo más cojonudo y bonito de todo el planeta tierra, os doy la bienvenida.
Los extraños cosmonautas continuaron algunos minutos más observándonos sin mostrar expresión alguna su trío de ojos. Luego, el que de ellos dos tenía el ojo en la frente más grande , comenzó a hablar con voz metalizada en un español que, dijo un forastero que había venido de Castilla-León a comprar una pareja de vacas nuestras que poseen la extraordinaria condición de dar su leche pasteurizada, igualaban aquellos extraños el acento de los ciudadanos de Valladolid:
—Terrícolas, desde nuestro planeta, situado a miles de millones de kilómetros, luz del vuestro, hemos podido escucharos reír y queremos que nos enseñéis a contar chistes. En nuestro planeta solo sabemos expresar seriedad y tristeza.
Todos los altramuceños quedamos perplejos de nuevo. Aquellos seres provenientes del universo habían recorrido millones y millones de kilómetros para que nosotros les enseñásemos nuestro cachondeo.
A partir de esta confesión suya se ganaron nuestra total simpatía. Nuestro pueblo ha sido siempre extraordinariamente hospitalario. Por poner uno de los mil ejemplos que podría, contaré que nos visitó un grupo de asesinos de Dallas y no les colgamos de los árboles por malvados, como se merecían, sino que nos tomamos unos vinos con ellos y les enseñamos una serie de chistes tan graciosos, que ellos se revolcaban por el suelo de tanto reír. Y cuando decidieron marcharse dijeron que gracias a nosotros habían descubierto un nuevo método para liquidar a humanos molestos: matarlos de risa.
Por fin, pasada una semana, los extraterrestres se despidieron de nosotros con estentóreos ataques de risa. Parecía mentira el extraordinario cambio suyo, teniendo en cuenta la cara de tristes macabros que tenían cuando llegaron.
La nave de los alienígenas se perdió en la inmensidad del cielo. La hija secreta del cura le confesó a su mejor amiga, y su mejor amiga lo reveló al pueblo entero, que los visitantes estelares, una vez desnudos, tenían también tres cosas ocultas. Aquí, los altramuceños dividimos reacción, unos riéndose y otros demostrando envidia.
Transcurridos dos meses, una mañana lluviosa, aterrizó de nuevo una nave estelar en mitad de la plaza y de ella se bajaron nuestros amigos los extraterrestres. Salimos a protegerlos del diluvio que caía, con nuestros paraguas. Inmediatamente nos metimos todos en el bar del Calzones y comenzamos a darle al vinito y a su agradecida compañera la tapa. Cuando los llegados del universo tuvieron los ojos haciéndoles chiribitas y le dedicaron unos segundos a la seriedad, les preguntamos a qué se debía esta nueva visita suya.
—Hemos venido a quedarnos aquí. Nos han echado de nuestro planeta. Nos odiaban porque reíamos todo el tiempo.
—Nos han echado por escandalosos, borrachos y hacer trampas en las cartas, en el dominó y en las damas, tal como aprendimos aquí.
Todos nos mostramos escandalizados. ¡Puede haber mayor crueldad que enviar al exilio a dos buenas personas por tales nimiedades!
Desde el mismo día que estos simpáticos viajeros interestelares se quedaron con nosotros, viene gente de todas partes del mundo para verlos. Y son tantos los visitantes que recibimos en la actualidad, que nuestro pueblo es ya más conocido que la famosa Las Vegas y en riqueza per cápita también superamos a ese norteamericano paraíso del juego.
Bueno, termino aquí esta historia, porque Javi y Toni (los nombres que tenían nuestros amigos extraterrestres eran impronunciables y se los hemos cambiado) han venido a buscarme para echar unas partidas de dominó en la tasca del Calzones al que han cometido el error de regalarle un cinturón y este pobre hombre, con los pantalones bien amarrados, ya no es más el tipo desaliñado que fue. Y de rebote su éxito con las mujeres ha bajado a la suma cero. Como dicen muy bien los comerciantes: “El género que no se ve, no se vende”.
(Copyright Andrés Fornells)