CANTABA CARLOS GARDEL (MICRORRELATO)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(Copyright Andrés Fornells)
“Cuantas veces tiritando los dos junto a la vidriera me decías suspirando: Ay, amor si vos pudieras…”
También tú me pediste, Lorenza, los dos junto a una cartelera:
—Ay, amor, si juntamos la platita que llevamos los dos, yo podría ir a este concierto de Enrique Iglesias. ¡Muero de ganas!
—Tú no llevas platita ninguna, y yo me quedaré un mes sin fumar si te doy la platita mía —te contesté yo.
—¿Mi felicidad no vale ese pequeñísimo sacrificio tuyo?
Yo extravié la mirada en tus bonitos, amados y suplicantes ojos llorosos, y no solo deseé darte mi platita sino darte además también mi alma entera.
Y tú, pebeta, feliz y contenta, entraste en el estadio a ver y aplaudir, embelesada, al famoso cantante Enrique Iglesias. Y yo, en la puerta, pasando muchísimo frío, esperé tu regreso. Esperé en vano. Nunca saliste por aquella puerta en la que habíamos quedado. Saliste por otra puerta donde no me encontraba yo. Y saliste del brazo de Enriquito Gómez que era más feo que un pecado triple, pero poseía un maravilloso Porsche y una cartera a juego con su lujoso coche.
Nunca más me dijiste: si vos pudieras. Tu otario tenía platita para poder sepultarme. Yo, por mi parte, me consolé bailando tangos. Otros se embriagan peor, se embriagan con vino de laboratorio que los deja que ni andar pueden. ¡Pobres! ¿Ves? Yo conozco algo hermoso que tú desconoces: yo conozco la piedad. Que te vaya bien, pebeta. Al final del camino, el ricachón que ahora tienes te habrá dejado en la cuneta, y yo habré encontrado a otra hermosa compañera de baile. En estre mundo lo que unos tiran, otros lo aprovechan. Aparte de ésto, nada es eterno, ni siquiera el sol que dentro de unos miles de año se apagará como si fuese una colilla cualquiera.