CELEBRAMOS HOY EL DÍA DEL PADRE (ACTUALIDAD)


HONRANDO A UN BUEN PADRE
Copyright Andrés Fornells)
En nuestra vida algunas de las pérdidas que sufrimos nos dejan en el corazón un vacío tan grande, que con nada de este mundo lo podemos llenar.
Mi pueblo estaba en fiestas. Entré en el recinto ferial. Era a última hora de la tarde y se hallaba en todo su apogeo. Me vi rodeado de una multitud bulliciosa, festiva. Me agredió el escandaloso reclamo de las potentes sirenas de las atracciones, la ruidosa música proveniente de algunas casetas y todos los universos artificiales de centelleantes luces multicolores. Cautivaron mi olfato los olores provenientes de planchas y freidoras instaladas en los carromatos. Me distraje observando a quienes intentaban cobrar premios en los barracones de tiro. Y recorriendo con la vista los trofeos que se ofrecían en uno de ellos, me acordé de mi bondadoso, magnífico padre y de un osito de peluche que, manejando con maestría aquellas escopetas tan trucadas y fallonas, él consiguió para mí. Y la humedad continuó en mis ojos mientras observaba a la alegre y excitada grey infantil subida en el tiovivo y en los ponis. También mi padre me había subido en uno de ellos, vigilante todo el tiempo, cambiando sonrisas conmigo; cambiando divertidos, cómicos, graciosos saludos con las manos. Y comprando él para mí, aprovechando no podía censurarle madre (siempre preocupada por mi alimentación), todas las chucherías que se me antojaron. Pan de azúcar, almendras garrapiñadas, chupachups, patatas fritas, refrescos.
Finalmente, en mi recorrido evocador llegué a las carpas de un circo. Me detuve junto al cartel que anunciaba a los artistas que actuaban en las dos sesiones de tarde y noche.
Allí recuperé, todavía con mayor fuerza mi lejana infancia. Y me pareció sentir en la mano mía la mano grande y fuerte de mi padre transmitiéndome seguridad y cariño. Una mano que siempre parecía decirme: “Mientras yo esté contigo, hijo mío, jamás permitiré que nada malo te ocurra en la vida”.
Aquella lejana tarde de feria, mi padre y yo entrábamos en el circo. A mi padre, el circo le gustaba tanto o más que a mí. Trapecistas, saltimbanquis, equilibristas, amazonas, domadores de fieras, lanzadores de cuchillos, payasos… Y reíamos juntos hasta saltársenos las lágrimas. ¡Éramos inmensamente felices!
Salíamos del circo, maravillados. De nuevo cogidos de la mano. Comentando las actuaciones que más nos habían impactado, asombrado, admirado.
Perdí a mi padre hace muchos años, pero lo sigo echando de menos igual que el primer día que amanecí sin tenerle más. Todavía ahora, a menudo, giró la cabeza buscándolo a mi lado, y, al no encontrarlo, una profunda tristeza me lacera el corazón y me nubla los ojos.
Por mucho que se empeñe cierto ruin sector de nuestra sociedad en devaluar, denigrar y hasta pretender borrar la figura del padre, conmigo y otros muchísimos que sienten como yo, no lo conseguirán jamás.
Un buen padre, y asimismo una buena madre, son los mayores tesoros que un hijo sensato, agradecido y afortunado puede poseer. Yo los tuve y los honro y honraré mientras viva. Infinitas gracias a ambos por lo muchísimo que me disteis y lo poco que yo fui capaz de devolveros, aunque puse gran empeño en ello.

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