ADIÓS, AMOR (MICRORRELATO)

(Copyright Andrés Fornells)
Maira González acababa de escuchar en las noticias de su televisor una noticia que la hizo dar, en el sofá donde se hallaba sentada, un salto de alegría tan elevado que a punto estuvo de dar con su cabeza de rubia falsa en el techo. Estando en el aire, y antes de caer de nuevo sentada en el destartalado mueble se tapó la boca para que su marido, al que creía dormido, no despertase alarmado al oírla.
Maira sintió convertido su corazón en cañón de artillería disparando igual que si la patria suya hubiese sido invadida por varios ejércitos enemigos y ella la estuviese defendiendo. Y consideró alarmada: “Debo calmarme, serenarme, pues este alocado, escandaloso corazón mío corro el fatídico peligro de que me estalle”.
Con las piernas temblorosas y los pasitos vacilantes, Maira se desplazó hasta la mesa encima de la cual tenía su bolso. Registró dentro de él, encontró lo que buscaba y tuvo la certeza de que su memoria no le había fallado.
Escuchó entonces un ruido proveniente del dormitorio y pensó que su marido ya estaba despierto y evitaría disgustarle despertándole ella.
Abrió la puerta de la habitación y le vio vestido y calzado. Encima de la cama tenía colocada una malaeta  y estaba metiendo dentro ropa suya.
—¿Qué ocurre? ¿Qué haces? —preguntó perpleja, una mano apoyada en la cadera y, la otra escondida detrás de la espalda.
—Pues ocurre, feúcha, que me voy. Te dejo. Me las piro. Me he enamorado perdidamente de otra mujer joven y hermosa, dos excitantes cualidades que tu perdiste hace ya bastante tiempo.
Maira estuvo a punto de desmayarse del shock acabado de recibir. Sacando fuerzas de su orgullo de mujer herida logró balbucir:
—Pero tú decías que me amabas.
—Eso fue siglos atrás, encanto. Ahora, siendo más justo que cruel, te digo que me das pena, y me ahorro el que me das asco.
Su mujer calló.  La indignación le había incendiado el rostro y extendido sismicos temblores por todo el cuerpo.  El hombre grosero, desconsiderado y ruin, cerró su maleta, se volvió hacia ella y observando que Maira mantenía sus ojos secos, apuntó sorprendido:
—Estás rara. ¿Como es que no rompes a llorar y a suplicarme que no me vaya, que me quede?
La mujer controló su ira y su humillación y respondió todo lo ofensiva que pudo:
—Pues no hago nada de eso, porque perderte de vista me significará un enorme placer. También tú perdiste hace mucho tiempo: tu juventud y tu hermosura. Pero a diferencia tuya, yo seguía queriéndote y siéndote fiel.
Él soltó una carcajada que trató de ser hiriente, cogió su maleta y se dirigió hacia la puerta de la calle. Antes de abrirla, el muy cínico preguntó, extrañado:
—¿No me dices nada antes de que salga definitivamente de tu vida?
—Claro que te digo. Te digo: Adiós, amor, que te vaya tan mal que te arrepientas toda tu vida de haber sido tan cochino y traidor conmigo.
El salió definitivamente de la casa. Su mujer corrió el pesillo de la puerta para que él no pudiese entrar de nuevo, en el caso de pretenderlo, y lanzó entonces un estentóreo grito de felicidad, sacó de detrás de la espalda la mano que había mantenido escondida allí todo el tiempo, y besó la participación de lotería cuyo número había obtenido un premio de seis millones de euros, que serían completos, enteros, absolutos, para disfrutarlos ella solita.