DISPUESTOS A DIVORCIARSE (RELATO)

 

 

 

 

 

 

 

 

(Copyright Andrés Fornells)
Almudena y Toni desayunaron en silencio. Se palpaba entre ellos la tensión que les dominaba. Ambos sabían que era la calma que precede a la tempestad a punto de estallar. Con toda intención, los dos terminaron de comer al mismo tiempo y, nada más dejar en lo alto de la encimera la vajilla empleada, comenzó la bronca. Vociferante, Toni acusó a Almudena de malgastar el dinero con el que ambos contribuían al mantenimiento de su hogar, con la compra de un nuevo par de zapatos cuando ya contaba con otros diez pares. Y Almudena, para no ser menos, acusó, a gritos, a Toni, de haberse él comprado un nuevo videojuego cuando debía tener ya más de veinte.
—¡Eres un criticón y un desconsiderado despilfarrador de nuestros ingresos!
—¡Y tú una manirrota y una impulsiva malgastadora! ¡Me tienes harto!
—¡Y tú, a mí, me tienes más harta todavía!
—¡Pues ya sabes lo que podemos hacer!
—¡De acuerdo! ¡Hagámoslo de una maldita vez!
Furiosísimos ambos , ella cogió del perchero su bonita chaquetilla de cuero,  él cogió su anorak y los dos se lanzaron a la calle, donde llamaron la atención de los transeúntes por lo rápido que caminaban.
El abogado especialista en divorcios, tenía su despacho a unos trescientos metros del edificio donde la joven pareja tenía su pequeño y coqueto apartamento.
La secretaria del letrado les recibió con cierta frialdad. A su petición de que querían hacerle una consulta al abogado Joaquín Mariñas, ella les respondió:
—El señor Mariñas está ocupado en este momento. Tengan la bondad de esperar. Les atenderá nada más pueda.
Durante varios minutos el joven matrimonio permaneció callado, el ceño fruncido y con una expresión de encono en sus atractivos rostros.
De pronto, Almudena suspiró. Al escucharla, Tino suspiró a su vez. Siguió un silencio total, luego ambos se giraron hacia el otro y se fijaron en los labios que los dos mantenían entreabiertos. Permanecieron un momento presas sus miradas, después las miradas recorrieron el hermoso cuerpo del otro y Tino fue el primero en abrir la boca para reconocer con voz vibrante de pasión:
—¡Pero qué buena estas, Almudenita!
—¡Pues anda que tú, Tinito!
—¡Uf, como te deseo, mi vida!
—¡No más de lo que te deseo yo a ti!
Él se puso en pie y alargó el brazo. Ella lo imitó alargando también su brazo y cuando sus manos se juntaron, los dos echaron a correr hacia la puerta:
—¡Eh! ¿A dónde van? —les gritó la secretaria del abogado Mariñas.
—¡En busca de la gloria! —le respondió, a dúo, la pareja, riéndose, mirándose como si no existiera en el mundo entero nada mejor a lo que estaban viendo el uno en el otro.
Aprovechando que no había nadie cerca, la secretaria soltó un denuesto soez. Estaban a veintiocho y esta era la tercera vez en el mes que aquel par de locos habían llegado hasta allí con la intención de divorciarse y escapado a toda prisa antes de hablarlo seriamente con su jefe.