UN NIÑO Y UN LEON (MICRORRELATO)

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Una tarde, desoyendo las encarecidas advertencias de sus padres, un niño pequeño aprovechó que ellos estaban distraídos con la visita de unos amigos, para salir por la puerta trasera del bungaló que habitaban, y se adentró solo en la selva. No le guiaba más interés que un deseo rebelde de saltarse la prohibición que le hacían varias veces todos los días.
Llevaba el niño andados algunos minutos por el sendero que solían transitar su padre y sus ayudantes, cuando de pronto se encontró frente a un enorme león  que salía  de entre unos altos arbustos. El pequeño, nunca antes había visto de cerca a ninguno de estos fieros y peligrosos animales salvajes. Lo encontró gigantesco, aterrador. El león abrió sus enormes fauces y soltó un rugido espeluznante.
El niño sintió que el pánico le estrujaba el corazón. Y comenzó a temblar de la cabeza a los pies, al tiempo que una humedad caliente empezaba a empaparle cierta parte   de sus pantaloncitos cortos. Sus trémulas piernas chocaban por la parte de las rodillas.
La fiera rugió de nuevo, inmóvil, hipnotizándole con la fijeza de sus ojos amarillos, enseñándole sus dos enormes y terribles filas de dientes.
El niño, con voz apenas audible, le dirigió a la fiera unas palabras que pretendió sonaran amenazadoras:
—Como me hagas algo, mi papá, que es cazador, te matará…
El león lanzó un tercer rugido, dio medio giro y se alejó despacio, majestuoso. El niño quedó convencido de que el haberle mencionado a su padre, el cazador más valiente de toda la selva, había asustado al gran animal salvaje. El niño ignoraba que el león, un buen rato antes había matado a un ñu, y dado con él un colosal atracón que lo había dejado absolutamente ahíto.
Con esta terrible experiencia, al pequeño se le quedó el miedo metido en el cuerpo y jamás volvió a escaparse de su casa. Intuyó, a pesar  de su corta edad, que a la suerte no se la debe tentar más de una vez.

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