UN ASUNTO DE BESOS (MICRORRELATO)

Margarita y Anacleto llevaban algún tiempo saliendo juntos. Los dos eran tan tímidos y vergonzosos que cuando por la noche se reunían en la oscuridad del portal de la casa donde ella vivía, mantenían todo el tiempo sus manos inmovilizadas a la espalda porque no se atrevían a concederles el disfrute de acariciar el cuerpo del otro.
Por fin una noche, él, debido a que había buscado el consejo de un amigo que había tenido trece novias y ninguna más porque el padre de la última de ellas, escopeta en mano le había obligado a casarse con su hija y hacerse cargo de la paternidad del crío que venía en camino, le preguntó rojo de vergüenza:
—¿Tú sabes lo que es el amor, Margarita?
Ella, que había sido asesorada por una amiga que había tenido trece novios y no se había casado con ninguno, ni pensaba hacerlo con algunos más que deseaba sumar a los anteriores, respondió:
—Sí. El amor es tener sed de besos y saber que solo puedes apagar esa sed en otra boca tan sedienta de besos como la tuya.
Ella y él decidieron entonces dar rienda suelta a la reprimida y acuciante necesidad que padecían, y era tan insaciable su hambre que les pilló el deslumbrante amanecer y no se daban todavía por saciados. Les entró vergüenza cuando los vecinos, con sorna, les daban los buenos días, y ellos quedaron en continuar cuando llegase la noche. No pudieron hacerlo porque debido al frío que habían pasado, sin darse cuenta, los dos enfermaron de gripe.
En adelante, una vez curados, en vez de cambiar caricias en la oscuridad del portal, se las cambiaron en la sala de calderas. Allí pasaban tanto calor que terminaron besándose desnudos.
Me han invitado a su boda. Margarita y Anacleto se casan el sábado de la semana que viene. A ella no se le nota todavía mucho el embarazo.
Mi madre me los pone de ejemplo diciendo:
—Hijo, los besos entre personas de diferente sexo, terminan como han terminado esos dos. La dinamita estalla siempre por darle protagonismo a la mecha.
—Con eso de la mecha, ¿te refieres a lo que yo estoy pensando, madre?
—Ciertamente, conque vigila la mecha tuya cuando te juntas con Emilia.
Yo sonreía como un zorro pensando en que Emilia tomaba la píldora.
Lo malo de esta historia es que nadie nos había dicho, a Emilia y a mí, que la píldora no es fiable al cien por cien.
(Copyright Andrés Fornells)