AQUELLOS INOLVIDABLES OTOÑOS DE LA NIÑEZ (MICRORRELATO)

(Copyright Andrés Fornells)
Cuando yo era muy niño, mi abuelo Silvino me llevaba al parque central de nuestra gran ciudad. Antes de salir de casa, muy seria, mi madre me había advertido:
—No te sueltes en ningún momento de la mano del abuelo. ¿Me escuchas bien, niño? Ya sabes lo mucho que me enfado cuando me desobedeces.
Ansioso por salir cuanto antes yo sacudía enérgicamente la cabeza en sentido afirmativo. Ella me había cerrado los botones del abrigo, prenda que siempre, en desacorde con mi crecimiento, se me hacía pequeño y me apretaba causándome incomodidad. Y también le había ella dado dos vueltas a la bufanda que, sin fallar un solo invierno nos hacía a todos la abuela Rosa.
Y el abuelo y yo marchábamos hacia aquel parque, isla de calma y paraíso vegetal dentro de nuestra populosa y contaminada urbe. Y allí, aquel maravilloso anciano, mago de sabiduría y paciencia, desabrochaba los botones de mi abrigo y, si yo se lo pedía me quitaba también la bufanda y guardándola en su mno me daba libertad, avisándome no debía alojarme mucho de él. Y yo corría, saltaba como un potrillo desbocado, disfrutando allí donde mas hojas se amontonaban del crujido que le sacaban, aplastándolas, las suelas de mis pequeñas botas de puntas romas. 
Me encantaban especialmente las mañanas en que soplaba con algo de fuerza el viento y le quitaba a los arboles caducifolios las hojas que el otoño convertía en mariposas de cobre. Yo corría hacia la hoja que más cerca me quedaba e intentaba cogerla antes de fuese a parar al suelo. Y cuando lo lograba reía con esa felicidad espontanea y plena tan exclusivas de la infancia. Las mañanas soleadas, el  sol  filtrándose entre los llamas y las hojas me pintaba todo de monedas de oro con sus cálidos, luminosos lápices.
De vez en cuando  mis ojos buscaban a mi abuelo y lo veía risueño, pendiente de mí, con una mirada en sus cansados ojos que, cuando crecí y comencé a saber interpretar los sentimientos humanos reconocí era una mirada de amor y de nostalgia. Del amor que me tenía y posiblemente de nostalgia por su lejana niñez. 
Nostalgia que, recordando esas experiencias, me permite hoy revivir momentos de mi infancia y de la vejez suya. Y junto a la nostalgia experimento una melancolía doliente, por todas aquellas entrañables personas que tanto embellecíeron mi vida de entonces, y no las tengo más conmigo.
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