DIEGO EGARA, DETECTIVE (CAPÍTULO III PÁGINAS 38 Y 39) -ACTUALIDAD-

—¿Sospecha de alguien Águeda? —esperando ávido su respuesta.
—A ella no le sorprendería hubiese ordenado su muerte ese capo de la mafia que recientemente consiguió ese juez le cayese una condena de casi veinte años de cárcel.
Su explicación no me tranquilizó. El desasosiego y la angustia que me embargaban las sentía porque en mi fuero interno seguía creyendo en la posibilidad de que Pasión fuese una asesina profesional contratada para liquidar el juez Torres. Y lo que acababa de amargarme era el hecho de que ella seguramente, escribiendo la nota que escribió, quería que yo lo supiese. ¿Por qué razón? Se me ocurrían un par de ellas, pero ninguna me procuraba certeza.
Por encontrarse Gráficas Solpocho en el polígono industrial, tuve fácil aparcar muy cerca de su entrada. Entramos en el local-oficina. Paredes llenas de portadas de revistas y panfletos publicitarios a ambos lados del pequeño mostrador, detrás del que un tipo regordete con gafas pasadas de moda abandonó la mesa y el ordenador antiguo para acercarse a atendernos. No tuvo inconveniente en prestarnos su ayuda. Dijo que no se acordaba muy bien de la cara del fotógrafo que le vendió la foto de la chica desnuda que había puesto en el calendario que yo acababa de mostrarle.
—Nunca antes había tratado con él.
—Bueno, vamos a intentar hacerle un retrato-robot y, a medida que lo intentemos, puede que te vayas acordando —paciente mi amigo Gori.
Con el lápiz provisto de goma de borrar en su extremo superior realizó en su bloc de dibujo un ovalo y desde el mismo comenzó, preguntándole continuamente a Ricardo, que así se llamaba el dueño de Graficas Solpocho, sobre la nariz, la boca, los ojos, la frente, el mentón, el pelo, etc. has-ta terminar un dibujo que el pequeño empresario dio por bueno, aunque reconociendo:
—Lo he hecho lo mejor que he podido, pero igual luego resulta que no es esta su cara. Tengan en cuenta que con este joven sólo estuve unos pocos minutos.
Le agradecimos su colaboración y nos marchamos.
Dejé a Gori delante del bloque de pisos situado en ple-na Gran Vía de las Cortes Catalanas donde él vive en un dúplex de lujo con su tía-amante. Quiso invitarme a subir y comer con ellos lo que hubiera en el frigorífico, que siempre mantienen bien provisto.
—Te lo agradezco; pero Águeda me pone nervioso con las continuas carantoñas que te hace. Continúo sin ser de piedra, Gori.
—Lo comprendo, Diego —llevándose la mano a los labios en un gesto lleno de gracia—. La pobre no puede evitar ser cariñosísima conmigo. También a mí me agobia en ocasiones tanto arrumaco. Pero me lo callo porque si se lo digo se echa a llorar. Las mujeres son tan raras y tan extremadamente sensibles, que no te queda más remedio que ser hipócrita y falso con ellas. La sinceridad las descoloca, las hiere, las mata.
—La sinceridad mata a cualquiera que no esté provisto de grandes defensas.
Nos despedimos con un abrazo. Entre él y yo es una imprescindible muestra de que continúa vigente nuestro afecto de siempre. Le repetí mi agradecimiento por su desinteresada

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