NO DEBIÓ BESARLA (MICRORRELATO)

hada

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Él la veía todos los días pasar por la misma calle. Ella era muy hermosa y se movía con una elegancia y una ingravidez de movimientos que irremediablemente lo enamoraron. Y cada vez que ella le pasaba cerca , él la decía enfebrecido de pasión: 
—Cada vez que te veo siento unas ganas irrresistible  de besarte. Y un día ocurrirá, que no podré controlarme más y te besaré. 
A ella la disgustaba mucho su osadía y acostumbraba advertirle:
—No te atrevas a besarme porque te arrepentirás toda tu vida de haberlo hecho.
—Seguro que no me arrepentiré —obstinado él.
Y una tarde decidió poner en práctica una treta que se le había ocurrido. Se escondió en un potal y, cuando ella pasó por delante él  se le echó encima y juntó sus labios con los labios femeninos. Aquel beso le causó las sensaciones más maravillosas que él había experimentado a lo largo de toda su vida. Unas sensaciones tan extraordinarias que, durante algunos minutos creyó haber sido capaz  de cruzar la misteriosa puerta que separa el mundo real del mundo mágico.
Cuando pasados algunos segundos recobró el pleno funcionamiento de todos sus sentidos, se encontró en el aire muy alejado del  suelo llevado en brazos por la bellíima joven, que él ignoraba era un hada.
—¡Oh, Dios mío! bajame a tierra –suplicó muerto de miedo.
—Eso no lo pienso hacer –negó ella riéndose de un modo cruel–.  Dije que te arrepentirías si me besabas y eso es lo que harás dentro de un momento.
—¿Qué pretendes  hacer conmigo? —preguntó  él, aterrado.
—Lo verás enseguida. Ya estamos llegando.
El hada guardó silencio y llegados junto a uno de los numearosos satélites artifiales con los que  los humanos empuercan el espacio, lo dejó colgado de un saliente y se alejó con un elegante batir de alas perdiéndose en la lejanía.
Y allí quedó  aquel tipo irreverente que, a pesar de ser advertido  con exquisita amabilidad, cometió la imperdonable osadía de besar a un hada que no  quería recibir sus babosos besos. No obstante, para suerte suya, el tipo desvergonzado no carecía de ingenio, y haciéndose un paracaídas con los pantalones, la camisa, los calzoncillos y los calcetines, consiguió ir descendiendo, descendiento, y aterrizar, finalmente, en mitad de una playa nudista. La suerte, de vez en cuando, se permite conceder a algunos humanos este tipo de caprichos que les favorecen. También favoreció al tipo  aquel la naturaleza habiendole concedido el favor de que fuese más hermoso desnudo que vestido, y encontró a más de una nudista que, complacida visualmente, cambió besos con él. Besos que no tivieran más consecuencias que las de incendiarles el deseo rijoso.