ASESINATO BRUTAL (RELATO NEGRO AMERICANO)
En un bloque de pisos de la zona más marginal de Harlem, un vecino escuchó gritos de terror en la vivienda situada junto a la suya y llamó, inmediatamente, por teléfono, al inspector Timothy Whatson, con el que mantenía una buena amistad, y que poseía un pequeño apartamento situado en la misma calle a solo dos bloques de distancia:
—Oye, Timothy, soy Allan Morgan. Te llamo porque en el apartamento “E”, situado al lado del mío, alguien está gritando aterrado. También se escucha ruido de objetos estrellándose violentamente contra el suelo. Temo que se esté cometiendo un asesinato. ¿Podrías acercarte a ver?
—No estoy de servicio, pero me llegaré hasta ahí —decidió el diligente policía.
Por lo cerca que vivía y la buena forma en que estaba, Timothy se dirigió corriendo hacía la sombría construcción donde le denunció su amigo creía podía estarse cometiendo un asesinato. En la cuarta planta fuera de su apartamento encontró a Allan que le informó, angustiado:
—Los gritos han cesado hace un momento. Me temo una pasible tragedia.
—¿Son de hombre o de mujer los gritos que has escuchado? —quiso saber Timothy sacándose de la cintura la pistola que allí llevaba.
—De hombre. Yo diría que los lanzaba mi vecino. Es viudo. Está jubilado. Fue durante muchos años funcionario de una institución penitenciaria.
El agente llamó a la puerta con los nudillos de la mano que no sujetaba el arma, al tiempo que gritaba:
—¡Abran! ¡Policía!
Transcurrieron dos minutos largos y, en vista de que no obtenía respuesta Timothy decidió:
—Allan, ayúdame a echar la puerta abajo.
Los dos hombres tomaron impulso y se lanzaron sobre la puerta los hombros por delante. Tras varios intentos sonó un crujido, saltó la cerradura y la vieja puerta de madera quedó abierta.
—Quédate fuera —el agente aconsejó a su amigo— y, si me ocurriese algo llama inmediatamente a la comisaria. Ellos harán por mí todo lo que puedan.
El inspector Whatson siempre había sido siempre impulsivo y temerario. Por estas características suyas no había llamado pidiendo refuerzos y corría solo un riesgo que no debería correr. Avanzó despacio con todos sus sentidos agudizados al máximo, dispuesto a disparar al menor indicio de que su vida corriese peligro. Recorrido el corto recibidor se encontró el salón cuya puerta permanecía abierta.
Realizó dos pasos rápidos y la traspasó registrando con la mirada su interior. El espectáculo que se ofreció a sus ojos fue el más horrible que se le había presenciado jamás. Un individuo con pinta de vagabundo y barba de varios días acababa de arrancarle con la ayuda de un cuchillo el corazón a un hombre que yacía en el suelo desnudo de cintura para arriba.
En el pecho de este hombre había un gran boquete lleno de sangre y empapadas de sangre estaban también las manos y los antebrazos de aquel loco que mirándole furibundo soltó un alarido espeluznante, le arrojó encima el corazón, todavía latente, que sostenían sus manos, y se fue para él con el cuchillo alzado y la evidente intención de clavárselo.
Timothy era un agente veterano y, aunque sintiéndose profundamente impresionado por la horrorosa escena que se había encontrado, el aterrador grito escuchado, la no menos aterradora mirada de los protuberantes ojos del maligno sujeto, reacciono con la suficiente rapidez para hacerse a un lado y evitar la cuchillada que buscaba su cuerpo.
Acto seguido, sin pensárselo un segundo, empezó a disparar su arma. El demente asesino detuvo el espectacular salto con el que de nuevo pretendía atacarle, al recibir cuatro balazos consecutivos en su pecho. Abrió entonces exageradamente su babeante boca, dejo escapar un lastimoso gemido y cayó de bruces contra el suelo donde durante algunos segundos se agitó todo él con los estertores de la muerte.
Jadeante, maldiciéndole, el representante de la ley lo contempló con ojos horrorizados. Jadeaba ruidosamente por el esfuerzo y la angustia vividas. Su vista pasó del muerto al corazón caído en el suelo y al cadáver del hombre que se lo habían arrancado. Se estremeció de la cabeza a los pies.
Horrorizado, dándoles la espalda a los muertos marcó por su móvil el número de la comisaría y puso en conocimiento de su superior lo acontecido. Éste impresionado por lo que acababa de relatarle, se guardó la repulsa que por su actuación, estando fuera de servicio y habiendo procedido por su cuenta, merecía.
En la investigación que siguió a esta doble muerte pudieron averiguar que el asesino había cumplido una larga condena en la cárcel donde fue ayudante de instituciones penitenciaras el occiso. Y dedujeron que aquel asesinato podía corresponder a una bárbara venganza por parte de un recluso que había alimentado durante años hacia su víctima un odio vesánico.
Cuando coincidieron Allan Morgan y Timonthy Wantson en una cafetería de su barrio, el policía le advirtió, muy serio, a su amigo:
—La próxima vez que surja algún problema en el bloque de pisos donde vives, llama directamente a la comisaría. Por tu culpa, yo sigo teniendo pesadillas horribles la mayoría de las noches.
Por la seriedad que mostraba el rostro del agente, el advertido reconoció que lo anterior se lo había dicho muy en serio. Dijo que lo tendría muy en cuenta y, a modo de desagravio, puso todo su empeño en pagar él los cafés que se estaban tomando.
Timothy Whatson no se esforzó en llevarle la contraria. Estaba divorciado y pasaba penurias económicas debido a la importante merma que sufría su salario por el dinero que le costaba la manutención de sus dos hijos que se los había quedado su exesposa.
(Copyright Andrés Fornells)