AMORES QUE CUESTAN LA VIDA (RELATO)

AMORES QUE CUESTAN LA VIDA (RELATO)

         Junto a la puerta de entrada al avión, dos risueñas azafatas iban saludando a los pasajeros que entraban en el aparato, mientras una compañera suya ayudaba a los despistados y torpes a encontrar los asientos que les correspondían. Y los portaequipajes se iban llenando de bolsas, maletines y alguna que otra prenda de abrigo.

        Los asientos trece A y trece B, los ocuparon una mujer toda vestida de negro y un hombre que también iba de oscuro y llevaba puesta además una larga capa.

        Ya acomodados los dos, la mujer fue la primera en volverse hacia su compañero de butaca y mostrándole una encantadora sonrisa le dirigió la palabra:

        —Siempre me ha dado mucho miedo volar ¿a usted, no?

        —A mí solo hay una cosa que me da miedo en esta vida, y es poder morir de sed.

        Su interlocutora encontró gracioso este comentario, se rio de forma agradable y concedió:

         —Es usted muy simpático.

         —Y usted bellísima —apreció el hombre, fijándose en el largo y blanco cuello de ella.

         —Y usted hermoso —replicó ella, no menos aduladora—. ¿Cómo se llama?

         —Puede llamarme conde Drácula. ¿Me permite saber también su nombre?

         —Puede llamarme Viuda Negra.

         —¿Verdad que el negro es el más serio y elegante de todos los colores?

         —A mí no me gusta ningún otro —contundente ella.

         Esta coincidencia sirvió de vínculo de aproximación entre ellos.

         Empezaron a zumbar los motores del enorme aparato volador.

         —¿Te influye de algún modo la primavera? —preguntó él, saliendo de un breve silencio y ensimismamiento.

        Ella aceptó gustosa el tuteo.

       —Bueno, a mí, al igual que le ocurre a mucha otra gente: la primavera me altera la sangre.

       —La sangre alterada es la que mejor sabe.

       —¡Qué cosas tan graciosas dices! —consideró ella—. ¿Tú crees en el destino?

       —Creo en el destino, en la suerte y en los buenos sabores.

       Tan pendientes se hallaban el uno del otro, y el otro del uno, que ni se habían dado cuenta de que el avión había despegado ya e iba ganando altura a gran velocidad.

        —¿A ti que te gusta más: comer o beber?

        El hombre de la capa larga reconoció, sincero:

        —La verdad es que yo soy de poco comer, y de mucho beber.

        —¿No te han dicho nunca que tienes una boca muy sensual?

        —Sí me lo han dicho. Lo mejor de mi boca son los dientes, ¿sabes?

        Acababa de aparecer el aviso luminoso de que podían soltarse los cinturones. El hombre y la mujer que tanto habían simpatizado desde el primer momento, se libraron de ellos.

        —¿Puedo preguntarte a qué te dedicas? —curiosa ella.

        —A vivir,  actividad que me ocupa todo el tiempo.

        —Vaya, coincidimos en otra cosa más.

        —¿Me creerás si te digo que desde el instante mismo en que puse la mirada en ti me produjiste una atracción irresistible?

        Ella asintió enérgicamente con la cabeza.

        —Te creo porque yo he experimentado hacia ti esa misma poderosa e irresistible atracción.

        Encadenaron sus miradas y pudieron comprobar que en la de ambos brillaba una misma desmesurada pasión. 

        La azafata se les acercó a preguntarles si deseaban beber algo. El hombre de la capa larga se volvió hacia su joven compañera de asiento vestida toda ella de negro y le dijo:

       —Yo voy a pedir un bloody-mary.

       —Que sean dos —se apunté ella, encantada.

       Mientras disfrutaban de esta rojiza bebida, él confesó:

       —Es increíble lo que me ha ocurrido. Algo que nunca pensé podría ocurrirme. Me he enamorado de ti, de una forma fulminante. Y esto es algo que nunca me había ocurrido antes.

       —Sí, es realmente maravilloso. Yo también me he enamorado de ti de una manera fulminante, y nunca me había sucedido antes nada parecido.

       Los dos se estaban mirando tan absolutamente fascinados que ni se apercibieron que la joven empleada de la compañía aérea les retiraba los vasos vacíos. Al reunirse ella con una compañera suya, le dijo ilusionada:

         —El hombre y la mujer que ocupan los asientos 13 A y 13 B, han ligado. Se están devorando con los ojos.

         —¡Qué ilusión chica! Y yo sin comerme una rosca desde hace meses —lamentó su interlocutora.

        La próxima vez que la azafata se acercó a los que habían dicho llamarse conde Drácula y Viuda Negra, se los encontró muertos. Ella de una mordedura, y él de una picadura.

(Copyright Andrés Fornells)

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