3.2 Llegada a La Habana

En el viejo Cadillac de Amadeo
Fuera del aeropuerto, el calor nos golpeó como una ola pegajosa. Avanzamos hacia el aparcamiento, sorteando a la gente. Muchos de los nativos se diferenciaban de los turistas por la baja calidad de las ropas que llevaban y la mayor o menor lozanía de sus rostros. Era evidente, como me esperaba, que Cuba distaba mucho de vivir una situación económica boyante.
Eran las cuatro y cinco de la tarde y, a pesar del intenso calor, había mucha gente en la calle. Las conversaciones fluían en un español ágil y musical, con la característica aspiración de las "j", la omisión de las "d", el susurro de las "s" y la lateralización de la "r" implosiva, una cadencia típica del habla caribeña.
En el aparcamiento, la mayoría de los vehículos eran viejos, muy viejos, algunos parecían haber viajado en el tiempo.
Amadeo tenía un Cadillac enorme y muy antiguo, recientemente pintado de un color azul pastel, y que debía tragar una enorme cantidad de gasolina por kilómetro. Su brillante pintura contrastaba con la suciedad del deteriorado suelo de aquel amplio recinto. Metimos nuestras maletas en su enorme maletero y nos acomodamos en los asientos delanteros. El volante estaba cubierto con una funda de cuero fino, probablemente para evitar que las manos sudadas resbalasen. Amadeo tuvo que dar varios giros a la llave de contacto antes no consiguió poner el vehículo en marcha.
—El motor suena muy fuerte —observé.
—Eso es porque tiene un gran corazón cubano —rio él.
—Sí, cubano-americano —dije con sorna.
Abandonamos el aparcamiento. Amadeo encendió la radio. Enseguida escuchamos salsa cubana por los parlantes, unos altavoces con mucha deficiencia y ruidos. La voz inconfundible de Alexander Abreu cantaba Me dicen Cuba:
“Vengo de donde el sol calienta la tierra
De allí, donde el corazón late más sincero
Vengo de donde el son pasa las horas
Enamorando a la rumba cantándole aquel bolero”.
—¿Qué emisora es? —pregunté, interesado en escucharla en un futuro con mi pequeño transistor.
—Radio Progreso —respondió Amadeo, marcando el ritmo de la música golpeando el volante con un anillo que lucía una enorme piedra azul. Pensé que, si no era un pedazo de cristal, ese pedrusco valdría un buen montón de plata.
Para que me encariñara con la ciudad, después de ayudarme a conseguir un número de teléfono local, Amadeo me llevó en su coche por los lugares más emblemáticos de La Habana. Me mostró la Plaza de la Revolución, con sus edificios gubernamentales y sus famosos e imponentes monumentos. El Paseo de los Presidentes con sus hoteles, restaurantes y bares.
—Aquí, por las noches, el ambiente es fabuloso —aseguró, chasqueando los dedos al ritmo de la música—. Si te gusta la salsa y la rumba, los clubs del centro son legendarios. Y si prefieres algo más tranquilo, hay excelentes bares de jazz en el Vedado. Podrás visitarlos el lunes que quieras, que es el día que libráis todos: músicos y demás personal.
Esta explicación suya me animó.
Recorrimos la Avenida del Puerto y El Malecón, el famoso bulevar marítimo, que al igual que numerosos edificios, mostraba notorio abandono.
—Se ve muy deteriorado —lamenté.
Amadeo sonrió, como si estuviera acostumbrado a tales observaciones.
—Pero La Habana tiene un gran valor histórico del que pocas otras ciudades del mundo pueden presumir —defendió—. Ha sobrevivido a guerras, piratería, bloqueos, crisis económicas, y sigue en pie: orgullosa, bella, indestructible.
La pasión de Amadeo por su ciudad resultaba evidentemente ciega.
—Se ven muchos turistas —observé.
—Sí, el turismo es vital para nuestra economía —confirmó—. Es crucial, aunque también trae sus desafíos.
Mientras recorríamos las calles de La Habana, se adueñó de mí un cierto desánimo. Me deprimía ver el estado ruinoso que mostraban tantos edificios, la baja calidad de las ropas que vestían muchos desnutridos cubanos, sus viejos y deteriorados vehículos, la mayoría de ellos bicicletas y motocicletas antiguas y desgastadas.
Amadeo pareció intuir mis sensaciones y trató de explicarme la situación de su gente:
—Cuba ha pasado por mucho, pero somos un pueblo fuerte, valiente y orgulloso. A pesar de las muchas dificultades, hemos mantenido nuestra cultura, nuestra identidad y nuestra libertad. Con el tiempo, lograremos prosperar.
Guardé silencio. No suelo ser amante de polémicas ni de pelear con vehemencia por una opinión contraria a la mía.
El sol, iniciado su descenso, pintaba una parte del cielo de tonos naranjas y rosas. Me fui templando, aceptando la realidad. Yo había querido correr el riesgo de vivir una experiencia nueva y la viviría con paciencia y coraje, en el caso de que me fuera adversa.
Obras musicales mencionadas
- Me Dicen Cuba de Havana D'Primera (Youtube: Video oficial)
(Nivel de Censura: Bajo)
Este es un fragmento de la novela Amanecer en el Paraíso de Shaikra
