2.3 C'est la Vie

2.3 C'est la Vie
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Eliette se dirigió hacia su dormitorio, y yo la seguí. El dormitorio era acogedor, con una cama grande cubierta con sábanas de color crema y una alfombra suave bajo nuestros pies desnudos. El sol proyectaba rayos muy oblicuos a través de las cortinas semiabiertas.

Entramos al baño contiguo. Ella abrió mucho la llave del agua caliente. El vapor que desprendía comenzó a envolvernos. Nos metimos bajo el chorro de agua, cambiando besos y caricias. Las veces que nos miramos, nuestras sonrisas contrastaban con la expresión triste de nuestros rostros. No es fácil mantener una relación tan especial como la nuestra y afrontar su final.

Después de secarnos, Eliette miró su reloj de submarinista, un regalo de su abuelo que había sido hombre rana en la marina francesa, según me contó en cierta ocasión.

—Si quieres hacerme feliz de nuevo —dijo, su voz suave pero urgente—, no podrás emplear más de diez minutos. Tengo que vestirme y marchar al trabajo.

—Bueno, pues no nos recreemos, vayamos directo al fin. Alcancemos la meta enseguida.

Supimos actuar con rapidez. Una vez secos, fui a buscar mi ropa mientras ella sacaba la suya del armario. Cuando regresé junto a ella, vestido, me llevé una colosal sorpresa.

—¡Eliette, eres gendarme! ¿Por qué no me lo dijiste nunca y me engañaste diciendo que trabajabas en una perfumería? —pregunté, sorprendido y un tanto mosqueado viendo el arma que colgaba de su cinturón y el letrero GENDARMERIE en la espalda de su uniforme azul oscuro.

Ella sonrió con cierta culpabilidad. Su sonrisa se desvaneció al ver mi expresión seria, pasando a explicarme:

—Con todos los líos que tuviste por culpa de tus compañeros músicos, temí que no quisieras ser cariñoso conmigo si conocías mi profesión.

—Eres adorable, Eliette —irónico—. Te he querido mucho, pero temo fue un grave error —mi voz cargada de emoción y contrariedad.

—Jano, no digas esas cosas. Yo nunca traté de sonsacarte nada, ni te pedí me contases cosas, ni de lo que hacías ni de tu pasado. En París hay varias comisarías y ni yo, ni ninguno de mis colegas hemos tenido nada que ver con el caso de tus antiguos compañeros.

Acepté su explicación. Creí que no mentía. Que se había entregado a mí igual que yo me había entregado a ella: porque nos gustábamos, porque nos habíamos cogido afecto. Comparten un hermoso sentimiento dos personas que realizan juntas el acto más íntimo que pueden realizar dos seres humanos. Y, aparte de todo lo anterior, Eliette me había demostrado la temeraria confianza que tenía conmigo al permitirme estar en su vivienda. Regresamos a la cocina. Vertimos en las copas el resto del champán que quedaba. Nos pusimos sentimentales.

—Te echaré enormemente de menos, Eliette —dije, mi voz quebrándose, y señalando con la cabeza el electrodoméstico añadí—: Y como no te busques a otro, tu lavadora también echará de menos tu presencia.

—Yo no aseguraría eso, maltratador de pianos —enigmática.

Nos bebimos el resto del champán de un trago y, melancólicos, cantamos a dúo, por última vez, C'est la vie:

On va s'aimer, on va danser (Vamos a amarnos, vamos a bailar).

Oui c'est la vie, la la la la (Sí, es la vida, la la la la la).

On va s'aimer, on va danser (Vamos a amarnos, vamos a bailar).

Oui c'est la vie, la la la la la (Sí, es la vida, la la la la la).

La canción flotó en el aire mientras nos mirábamos, conscientes de que ese momento marcaría el final de nuestro tiempo juntos en París. El futuro de cada uno de nosotros, insignificantes seres humanos, lo programan los hados. Y su cumplimiento obligatorio es nuestro.

Pusimos el alma en un largo beso de despedida. Ella escuchó con atención antes de abrir la puerta. Luego de cerciorarse de que nadie podría verme salir de su vivienda, dijo con voz quebradiza:

À bientôt, mon trésor (Hasta pronto, tesoro mío)

Au revoir, mon trésor (Hasta la vista, tesoro mío) —deslizando yo mi mano por su brazo.

Obras musicales mencionadas

(Nivel de Censura: Medio)

Este es un fragmento de la novela Amanecer en el Paraíso de Shaikra