SE CREÍA UNA CHICA DEL MONTÓN (RELATO)
Elena se consideraba lo que la gente suele decir de las mujeres jóvenes poco atractivas: una chica del montón. Por eso creyó vivir un cuento de hadas cuando Alberto, el nuevo director de la empresa de electrodomésticos en la que ella trabajaba de secretaria, a la semana de haber él ocupado su alto cargo la pidió salir a cenar juntos.
Elena se quedó perpleja y tardó unos segundos en aceptar la oferta, tiempo que empleó examinando el risueño rostro del joven ejecutivo para llegar a la convicción de que se lo pedía en serio.
Alberto la llevó a un buen restaurante donde el personal los trató con deferencia, y media docena de personas se llegaron hasta su mesa a saludar a Alberto muy amistosamente.
—Elena, mi secretaria —él presentó así a su aturdida y fascinada acompañante.
Durante la comida, Alberto estuvo de lo más atento, ameno y encantador. Mantuvo a Elena, todo el tiempo, absolutamente cautivada. Terminada la exquisita cena, él le propuso acompañarlo a una fiesta a la que estaba invitado y ella, maravillada, aceptó sin pensárselo un segundo.
En la fiesta, Elena descubrió que Alberto era muy popular, tenía muchos amigos, hombres y mujeres, y cambiaba amabilidades y simpatía con ellos presentándola con notoria amabilidad:
—Elena, una encantadora amiga mía.
Bailaron. Él la besó discretamente en el cuello y ella se estremeció de placer. Hubo más besos entre los dos al llegar al apartamento de él, estos en la boca, ardientes, voraces. Y Elena le consintió a Alberto lo que jamás le había consentido a nadie; hacerle el amor en su primera salida juntos.
Al día siguiente se arrepintió muchísimo de su arrebatada, irreflexiva, conducta. Se hizo mil reproches y le costó enormes esfuerzos, a lo largo del día, contener las lágrimas.
Su madre le había repetido mil veces que los hombres no respetan a las mujeres que consiguen fácilmente, y a ella, Alberto no podía haberla conseguido con mayor facilidad: a las pocas horas de estar con él.
Elena pasó todo el día avergonzada de su conducta. Alberto, cada vez que la veía le sonreía y en sus ojos había una mirada cariñosa, que la hacía desconfiar. <<¿Seguro que lo único que él busca es acostarse conmigo de nuevo?>>. Cuando terminaron la jornada laboral, Alberto no la dijo para salir y Elena pensó que la despreciaba.
El día siguiente fue sábado y para gran alegría de Elena, Alberto la llevó a otra fiesta. Allí fue saludado por conocidos y conocidas, entre ellas mujeres de esplendorosa belleza ante las que Elena se sintió muy inferior y sufrió por ello.
Se acostaron de nuevo los dos y sexualmente vivieron ambos una explosión de placer que los dejó exhaustos y muy unidos.
El domingo por la mañana Elena fue a ver a su madre. Con ella mantenía una estrecha confianza. Mostrándose muy avergonzada, le contó lo que había ocurrido entre ella y su jefe y le expuso sus temores:
—Estoy loca por él, mamá. Y mucho me temo que mi conducta le haya hecho creer que soy una furcia y que me voy a la cama con todos los hombres que me invitan a salir.
Su madre la sorprendió. En vez de condenar su conducta, la aprobó:
—Que piense ese hombre lo que quiera, hija. Tú eres feliz con él, ¿verdad? Pues goza plenamente de esa felicidad y, dure lo que dure, nadie podrá quitarte el tiempo, corto o largo, en que has sido inmensamente dichosa.
—Te adoro, mamá. Eres la mejor madre del mudo —agradecida y emocionada.
Pero Elena estaba llena de dudas y una noche en que Alberto y ella estuvieron en la boda de un amigo de él, y ella bebió más de la cuenta, le preguntó:
—¿Por qué sales conmigo, Alberto, cuando compruebo que conoces a mujeres extraordinariamente hermosas que leo en sus ojos se te entregarían con solo que se lo insinuaras?
Él la miró sorprendido y dijo mostrando extrañeza:
—No entiendo a qué viene lo que acabas de decir. A mí no me importa ninguna de esas mujeres. A mí me importas tú porque te quiero. ¿Te irías tú con un hombre que fuera más guapo que yo?
La respuesta de Elena fue tirarse en sus brazos y abrazarlo con todas sus fuerzas. Y mientras cambiaba apasionados besos con él, la joven del montón pensó que los cuentos de hadas existían porque ella estaba viviendo uno.
(Copyright Andrés Fornells)