UNA TAZA DE CAFÉ ROBADA (MICRORRELATO)
UNA TAZA DE CAFÉ ROBADA
(Copyright Andrés Fornells)
Fue la última vez que nos vimos. Tú llevabas un vestido azul claro y una gabardina negra. Alrededor de tu cuello la cadenita con un corazón rojo, brillante. Te lo había regalado yo, junto con el otro corazón, el que anidaba en mi pecho. Estabas tan hermosa que mis ojos no podían hacer otra cosa que adorarte. Fue el último café que tomamos juntos. Fue la última vez que tú te miraste en mis ojos, y yo me miré en los tuyos. Tus ojos mostraban un brillo compasivo. Estaban viendo cuan profunda era mi tristeza, cuan profunda la herida en mi alma.
Este último encuentro nuestro tuvo lugar en la pequeña cafetería donde tantas veces antes habíamos compartido proyectos, sueños y apasionadas confesiones de amor eterno.
En el momento en que me dijiste que lo nuestro había terminado, las lágrimas empañaron tus ojos color cielo. Tu voz quebradiza, entrecortada, me dijo esas palabras que me mataron para siempre:
—No nos veremos ya nunca más, Alejandro. Siento profundamente causarte tristeza, pero en el amor no se manda. He conocido contigo días muy hermosos, muy felices, pero no te amo más. Te repito que en el corazón no se manda, y el corazón mío ahora ama a otro. Siempre he sido sincera contigo, y los soy una vez más. Aunque a mí también me duele causarte dolor, no puedo evitarlo. Créeme. No quiero que sufras por mí. Te tengo un gran aprecio.
Rodaron dos lágrimas por tus mejillas. Intenté acariciarlas, pero lo evitaste cogiéndome por la muñeca, y me pediste con un ahogo en la voz:
—Por favor, no me toques. No debe existir entre nosotros ningún detalle de ternura más.
Nunca sabrás, Gema, lo muchísimo que me dolió ese rechazo tuyo. Nunca sabrás hasta que punto acababas de lacerarme.
Puse en la mirada mía el inmenso, indestructible amor que te tenía. Te supliqué entre sollozos, sin importarme lo que pensara de nosotros la gente que nos rodeaba, que no me dejaras, que yo haría por ti imposibles: llevarte a la luna, robar, matar, lo que fuera para que siguieras conmigo…
Sacudiste la cabeza en sentido negativo. Ese pelo tuyo tan bonito, tan amado por mí, flageló tus mejillas mojadas. Te levantaste de la mesa, cogiste tu bolso, me miraste por última vez y, perdido el sentimiento de la piedad me sepultaste con tus últimas seis palabras:
—Lo siento. No te amo más.
Y con paso algo tambaleante te dirigiste hacia la salida. Te llamé con el alma puesta en mi voz. Seguiste adelante. Aceleraste tus pasos. Huías. Cruzaste la puerta del local y la noche te devoró.
Yo bajé la cabeza, rendido, derrotado. Permanecí no sé cuánto tiempo aturdido. Inmóvil. Vacío. Sin fuerzas. Sequé mis ojos en la manga de la chaqueta que llevaba puesta. Luego fijé la turbia mirada en tu taza. En el borde donde habías puesto tus labios habían quedado pequeñas partículas de tu carmín color fuego. Vacié en la taza mía el líquido que todavía contenía. Llevé mis labios al lugar donde habían estado los tuyos. Luego metí esa taza en un bolsillo de mi chaqueta.
Dejé encima de la mesa el importe de los dos cafés. Me levanté con dificultad. Me temblaban las piernas. Parecía haber caído sobre mí una lluvia de años. Con pasos de beodo caminé hacia la puerta que daba a la calle.
Esa taza fue lo último material que me quedó de ti. Lo demás, los recuerdos de todos los maravillosos momentos que vivimos juntos me acompañarán el resto de mi vida.