UNA RUBIA PELIGROSA (RELATO)
UNA RUBIA PELIGROSA
Ella era rubia, guapa y escultural. Ella me convenció de que no era una de esas típicas rubias tontas, sofisticadas y esculturales de las que tanta mofa se viene haciendo en historias cursis y estereotipadas. Se llamaba Carmina y tenía algo especial, algo tan especial que yo no lo había encontrado en ninguna de todas las mujeres que había conocido hasta entones.
Carmina y yo llegamos a ese punto de intimidad en el que, deseamos estar tan unidos como una etiqueta a una botella.
Bueno, a continuación de haber compartido con Carmina un disfrute bestial y desenfrenado de la unión carnal, quedé enganchado a ella en igual medida que un político a la poltrona. A Carmina debió ocurrirle lo mismo conmigo porque una noche mirándome con enamorada dulzura dijo algo que me ilusionó en extremo:
—Cariño, de ahora en adelante tu dinero será la última de tus preocupaciones.
Y fue absolutamente cierto porque ella se lo gastaba con tanta rapidez que no me daba tiempo a contarlo y mucho menos a encariñarme con él.
Lógicamente, cuando se nos terminó “mi dinero”, Carmina me animó a hacer lo que yo, en el caso de no haberla amado tanto, nunca habría hecho: robar un banco con su ayuda. El atraco nos salió muy mal, tan mal nos salió que nos trincaron a ambos y nos condenaron a pasar seis años encerrados en el trullo. Antes de que nos separaran, Carmina me dijo, con arrebatada pasión y fidelidad, que una vez cumplida nuestra condena volveríamos a estar juntos.
Fue entonces cuando me di cuenta de lo equivocado que había estado con respecto a ella: Carmina era una más de esas típicas rubias tontas, sofisticadas y esculturales, de la que voy a escapar como del mismo demonio en cuanto me suelten.
Con esta intención estoy cosechando la amistad de mi compañero de celda, un brasileño que posee una tranquila y solitaria choza en un lugar remoto del Amazonas, quién va a quedar libre por la misma fecha que yo. Allí viviremos tan ricamente los dos pescando, vestidos de bonitas flores y aliviándonos las necesidades coitales con una tribu de indias que vive cerca, y que ninguna de ellas es rubia, sofisticada y escultural.
Moraleja: no vuelvo a acercarme a una rubia, por buenísima que esté, ni siendo empujado por una de esas terribles excavadoras gigantes que están convirtiendo la Amazonia en un desierto.