UNA MADRE CONOCÍA MUY POCO A SU HIJO (RELATO)
Un día, mientras jugaban los dos al parchís, Renato le preguntó a Remedios, su madre:
—Mamá, ¿cómo sabré yo si me he enamorado de verdad de una chica, o no?
Remedios sacó un tres, comió una ficha a su hijo, avanzó veinte casillas y respondió:
—Lo sabrás muy fácil. Habitualmente nos enamoramos de alguien que posee algo que a nosotros nos falta. Tu padre tenía un negocio y yo no tenía negocio ninguno.
—Entiendo. Os divorciasteis y ahora tú tienes un negocio y papá no tiene nada.
—Exacto. Lo has entendido a la perfección.
Renato sacó un cuatro, le comió una ficha a su madre y cuando contó las veinte casillas le comió otra.
—Hijo, has sido bendecido por la buena suerte. Aprovéchalo --sentendió ella.
Tres días más tarde Renato vino de la calle y encontró a su madre desgranando guisante para el almuerzo, y le soltó dando muestras de genuino contento:
—¡Mamá, me he enamorado!
—¡Vaya! —celebró ella mostrando ella sorpresa—. ¿Puedo saber de quién te has enamorado?
—Me enamorado de una chica que tiene algo que no tengo yo.
—¿Qué es lo que esa chica tiene y tú no, granujilla?
—Dinero, mamá. Ella se llama Azucena Perales y es hija única del banquero Noe Perales.
—¿Y ella te corresponde? —quiere saber Remedios, temiendo haberse alegrado antes de tiempo.
—Al principio mostró recelos y dudas. Me veía feo. Logré convencerla para que nos fuésemos a la cama juntos y lo pasamos tan bien que me pidió disculpas por haber sufrido, en un primer momento un fenómeno óptico negativo.
—¿Qué clase de fenómeno óptico?
—Pues que antes de conocerme ella veía la vida en blanco y negro y, después de conocerme la está viendo con maravillosos colores.
—Cásate con ella rápido antes de que ese efecto óptico suyo le cambie de golpe. Pues eso fue lo que a mí me ocurrió con tu padre. ¿Lleva gafas esa chica?
—Sí las lleva, lo mismo que tú, mamá.
—Cásate con ella antes de que se las cambie por otras y deje ella de ver la vida de maravillosos colores, y tú te quedes sin lo que ella tiene y tú no tienes.
Renato se casó con Azucena Perales el Día de los Santos Inocentes. Y para cuando la hija del banquero Perales se cambió de gafas, la mitad de cuánto dinero había poseído estaba ya a nombre de los dos.
Remedios, muy orgullosa, les decía a sus amigas de la máxima confianza:
—Crías a un hijo durante treinta años, crees conocerlo y un día descubres que no lo conocías casi nada. Yo, sin ceguera de madre, creía al hijo mío medio tonto, y ha sido más listo incluso que el banquero Perales y toda su familia junta. Cualquier día de estos abrirá su propio banco y yo tendré el honor de ser su primera clienta.
—O sea, que le confiarás tu dinero.
—Solo le confiaré cien euros, ni uno más. He tardado treinta años en conocerlo bien, y no correré el riesgo de tardar treinta años en conocerlo mejor.
(Copyright Andrés Fornells)