UNA BELLA DURMIENTE MODERNA (RELATO)

UNA BELLA DURMIENTE MODERNA (RELATO)

Aurorita Buenasnoches era una chica que destacaba por su belleza, su dulzura y su selenofilia. Estaba tan enamorada de la luna que pasaba horas contemplándola y dibujándola en todas sus fases, eclipses, rodeada de brumas, rodeada de nubes de diferentes colores y dándole a sus cráteres figuras que recordaban, a los muy golosos, ricos productos de pastelería.

Aurorita tenía un novio muy guay, pues era guapo, poseía un cuerpo a lo David de Miguel Ángel, era hijo de un político destacado, lo cual le aseguraba un presente espléndido y un futuro también, pues su padre conocía a la perfección el camaleónico arte de cambiar de chaqueta cuando le convenía.

El novio muy guay de Aurorita se llamaba Recaredo Gómez Gómez. El nombre de Recaredo se empeñó en ponérselo su madre, profesora de Historia y que aunque le era fiel a su marido, siempre había estado enamorada de Recaredo I, el que fue rey de los visigodos.

Pero esta es otra historia que no viene al caso, pues ahora estamos hablando de la candidata a convertirse en su futura nuera.

Debido a las horas que por las noches Aurorita empleaba observando y dibujando a la luna, durante el día se dormía en cualquier parte. En la oficina de la empresa contratista de su padre se dormía realizando trabajos que él le encargaba y, como era un padre muy amoroso y comprensivo, si le urgía la tarea encargada a su hija y ella no se la hacía, se la daba a otro empleado suyo que ignoraba la existencia de la luna, para que él la llevase a cabo.

Por ese lado, Aurorita no tenía que preocuparse, pero lo malo para ella comenzó cuando un sábado, después de haber cenado con Recaredo en un restaurante se fueron a una discoteca y mientras bailaban ella se durmió abrazada a él, que tuvo que llevarla hasta una silla donde la dejó sentada pues ella siguió dormida.

Recaredo fue tan considerado que no trató de despertarla y para no aburrirse las dos horas y pico que ella permaneció roque, bailó con otras chicas y se lo pasó muy bien.

Cuando transcurridas las dos horas Aurorita despertó, dijo mirando a Recaredo con expresión aturdida:

—¿Nos vamos, cariño? Estoy muerta de sueño.

—Y yo estoy muerto de cansancio. Vámonos —aceptó él que era un tipo muy tranquilo y fácil de adaptarse a cualquier nueva circunstancia que se le presentase.

Aquello de dormirse estando con él, Aurorita lo fue repitiendo continuamente. Recaredo no le reprochó esta fastidiosa conducta suya, pues buscó la alternativa de salir con otras chicas que no se dormían estando con él, sino que por el contrario realizaban deliciosos intercambios de caricias bucales y manuales, bien despiertas y activas.  

Aunque Recaredo y sus circunstanciales parejas procuraban ser discretos y evitar ir a sitios frecuentados por jóvenes conocidos, siempre hay alguien que descubre lo que alguien está interesado en que no sea descubierto.

Una buena amiga de Aurorita tuvo conocimiento de lo que Recaredo hacía mientras ella pasaba horas durmiendo. Cuando Aurorita lo supo rompió a llorar a moco tendido, porque ella amaba a Recaredo y sus infidelidades le dolieron casi tanto como le dolió al hijo de Guillermo Tell que su padre le pusiera una manzana en la cabeza y cuando le disparó una flecha, ésta en vez de clavarse en la fruta se clavó en la frente del chiquillo.

 Aurorita habló con su madre que, al igual que la madre de Recaredo era también historiadora y sabía mucho sobre estrategias, batallas y victorias. Rosenda, que así se llamaba la madre de Aurorita, antes de aconsejarla quiso cerciorarse de una cosa a la que ella concedía la máxima importancia:

—Nena ¿tú le quieres? ¿Quieres a eso chico más de lo que Marco Antonio quiso a Cleopatra, y viceversa?

—Le quiero infinitamente más de lo que Cleopatra quiso a Marco Antonio y viceversa, mamá. Quiero a Recaredo con todo mi cuerpo, toda mi alma y un poco más, mamá. Si lo pierdo moriré de tristeza. ¡Garantizado!

Rosenda le echó el siguiente discursito a su hija.

—Mira, nena, Agamenón decía a sus hombres antes de las batallas: <<Podéis huir, pero eso se sabrá, y la historia nos llenará de vergüenza a todos nosotros>>. O como decía Alejandro Magno a sus hombres antes de entrar en combate: <<Nada existe más hermoso que llevar una existencia peligrosa y morir dejando tras de sí una gloria imperecedera>>. O como dijo Aníbal: <<A derecha e izquierda os cercan dos mares y no tenéis un solo barco con el podáis escapar, por lo tanto, tenéis que vencer o morir>>.

Aurorita,  exasperándose, lloriqueó:

—¡Mamá, que yo no quiero ganar ninguna batalla antigua, yo lo que quiero es recuperar a Recaredo, el rey de mi corazón!

—No llores mi niña. Todos los problemas tienen alguna solución. Lo que ocurre es que todas las soluciones exigen sacrificios, Napoleón dijo a sus hombres en la campaña de Egipto…

—¡No quiero escuchar lo que dijo Napoleón en ningún sitio, mamá —estallando en sollozos la joven—, lo que yo quiero es recuperar a Recaredo!

—Hija, mía, la historia nos enseña que nada importante se consigue sin realizar grandes sacrificios. ¿Estas tú dispuesta a realizar sacrificios para conseguir recuperar a tu amado Recaredo?

—Sí, mamá. Como dijo Aníbal, o quien fuera: Tengo que vencer o morir…morir de amor en mi caso —conmovedoramente trágica Aurorita.

—Ay, hija, con lo melodramática que eres tendrías que estudiar Historia en vez de arquitectura como ha conseguido convencerte que estudies tu prosaico padre. Bueno, vamos a dejar eso y escúchame con la máxima atención.

Aurorita escuchó con la máxima atención lo que su madre le dijo, y después expuso la dificultad que encontraba para poder realizarlo:

—Mamá, yo no tengo dinero para poder hacer eso que me aconsejas.

—Cuando sepas lo que cuesta hacerlo, dímelo y yo correré con el gasto.

—¡Eres la mejor madre del mundo! —glosó su hija.

—Eso le dijo el cochino de Nerón a su madre después de acostarse con ella.

—Mamá, has herido mis castos y virginales oídos —escandalizada Aurorita.

—Quién bien te quiere te hará llorar, dijo Aixa, la madre del sultán Boabdil.

 

                                              *       *       *

Sonó su móvil. Recaredo frunció el ceño al ver el nombre de la persona que le llamaba ahora, y que cierto tiempo atrás le habría estallado de alegría el corazón. Abrió línea y dijo con evidente desgana:

—¿Qué quieres, Aurora?

—Tengo que hablar urgentemente contigo —dijo ella en un tono que sonó muy grave.

—¿Qué ocurre? —inmediatamente preocupado él.

—¿Dónde estás tú ahora?

—En mi casa, estudiando.

—Vengo inmediatamente a buscarte. Quiero que me acompañes a un sitio.

—¿A dónde quieres que te acompañe? —intrigado él.

—Te lo diré luego. Vengo a recogerte inmediatamente.

Aurorita logró con lo que le había dicho preocupar tanto a Recaredo que cuando ella llegó, él la estaba esperando en la calle. Aurorita le abrió la puerta del asiento vecino al del conductor y le dijo con suma amabilidad:

—Sube, por favor.

Él tomó asiento a su lado. Ella arrancó enseguida.

—¿A dónde vamos? ¿Qué ocurre? —se impacientó él.

—No me distraigas con preguntas, que hay mucho tráfico. Lo verás cuando lleguemos allí —le dijo ella mostrando la calma sobrada que le faltaba a él.

—Odio los misterios —protestó Recaredo.

—Piensa en la satisfacción que se siente cuando los misterios se nos desvelan.

Él frunció el ceño, guardó silencio y entrelazando los dedos de ambas manos hizo girar sus dedos pulgares, acción que irritaba sobremanera a Aurorita, pero esta vez teniendo en cuenta la poca armonía existente entre ambos, calló y procuró no mirarlo.

Tardaron unos veinte minutos en llegar a su destino un lujoso hotel donde Recaredo no había estado nunca. Se bajaron del vehículo. La chica cogió la mano del chico. Él viendo la divertida sonrisa que mostraba la boca de ella, se preguntó preocupado: <<¿Qué locura se le habrá ocurrido a esta dormilona?>>

Se detuvieron delante de la recepción y ella le dijo al empleado que les atendió:

—Soy Aurora Buenasnoches.

El hombre sonrió afablemente y dijo, entregándole una llave:

—Felicidades.

—Pero ¿qué significa todo esto? —Recaredo, perplejo a más no poder.

—Lo sabrás enseguida.

—Me tiene muy mosqueado tu conducta, que lo sepas —le advirtió él.

—Ver, oír y callar, dijo Séneca.

—¡Uf! Tú madre te ha contagiado su amor por lo histórico —enojado él.

—Bueno habría sido que tú madre te hubiese inculcado a ti un poco de historia también.

—Lo intentó. No es importante perder una batalla si se gana una guerra.

—¿Qué personaje histórico dijo eso?

—No lo recuerdo.

—Tu madre se avergonzaría de ti.

—No importa. Lo ha hecho muchas veces, tantas como mi padre me ha ensalzado por lo bien que llevo mis estudios.

—Vanidoso.

—Intrigante.

La voz de ambos se había vuelto jocosa como en sus mejores tiempos. Salieron del ascensor. Recorrieron parte de un pasillo. Aurorita abrió la puerta de una habitación. Entraron. Él quedó extraordinariamente asombrado.

—Es muy lujosa.

—Es la suite nupcial de este hotel.

—¿Qué hacemos aquí?

—Si no te lo figuras es que eres más tonto de lo que yo pienso eres cuando te enfadas conmigo —sacó ella de una cubitera con hielo una botella de champán y le dijo—: Ábrela. Vamos a celebrar nuestra luna de miel. De la otra luna nunca más volveré a ocuparme. Lo prometo. ¡Lo juro y lo requetejuro!

—Eres extraordinaria —reconoció él, admirado.

—Cada oveja con su pareja, dijo Sancho Panza.

—Sin amor eres árbol sin hojas, y sin frutos y cuerpo sin alma, dijo don Quijote.

Se tomaron la primera copa y a continuación, en el lecho nupcial Aurora y Recaredo se demostraron cuan locamente se amaban.

Y así fue como la Bella Durmiente Moderna, despertó para siempre y fue feliz con su príncipe psiquiatra.

(Copyright Andrés Fornells)

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