UN PAR DE BANDERILLAS (SEGUNDO FRAGMENTO)

SEGUNDO FRAGMENTO

Al llegar a la plaza vieron  a un chucho esquelético y sucísimo comiéndose con avidez un churro pisoteado. Y en uno de los bancos de hierro descubrieron el cuerpo tendido de un hombre. Su inmovilidad era absoluta.  Apestaba.  Parte de sus ropas aparecían cubiertas de vómito. Con una mezcla de curiosidad y temor, los dos chiquillos se acercaron a él. Consideraron:

-Menuda borrachera debe haber cogido el tío.

-No estará muerto, ¿verdad, Maoliyo?

Observándole con mucha atención, pudieron percibir que su pecho subía y bajaba lentamente.

-Respira. Está vivo.

Les produjo alivio esta apreciación. Asusta tanto la muerte. Se alejaron de él. Julito se agachó a coger la varilla de un cohete. Sirvió para que ambos comentaran, entusiasmados, la espectacular maravilla de explosiones multicolores que había sido el castillo de fuegos artificiales de la noche anterior. Todavía eran capaces de ver, en el registro guardado dentro de su memoria, aquellas saetas de fuego rasgando la negrura del cielo antes de estallar en magníficas, continuas cascadas de estrellas multicolores y deslumbrantes. Con que fruición aspiraron entonces el fuerte olor a pólvora quemada que impregnaba todo el aire. Con qué exultante placer contribuyeron al clamor de admiración que formaron las gargantas de cuantos presenciaron aquel apoteósico espectáculo luminoso y atronador.

Habían llegado al solar donde, al otro lado de un cercado de troncos y tablas estaban los dos toros que, luego de recibir un puyazo y dos pares de banderillas, habían retirado la tarde anterior de la plaza  portátil, por defectuosos. Estaban los dos tendidos en el suelo, medio adormilados. En las heridas que presentaban en lo alto de sus lomos empezaban a hacinarse algunas moscas despertadas por el ancho rayo de sol que acababa de hacer acto de presencia colándose por entre la cañada de viviendas que formaba la ancha calle situada a Levante.

Tomaron asiento los chiquillos en lo alto  del vallado de tablas que ser- vía de cerca. Sentían, como la gran mayoría de los españoles, una auténtica fascinación por estos animales legendarios que simbolizan la fuerza, la bravura, la muerte y, en muchos casos, también la nobleza encomiable.

-Que grandes son y que enormes sus cuernos, ¿eh, Julito?

-Para cagarse de miedo, Maoliyo.

Y como van tan ligados de toda la vida toros y toreros,  coincidieron los dos primos en que un hombre valiente y con arte podía enriquecerse en el toreo, ahorrando  castigar, como sus progenitores, el cuerpo de sol a sol intentando sacarle a la mala y dura tierra que poseían, poco más que el sustento diario.

-Toreros es lo que deberíamos hacernos tú y yo de mayores.

-Eso. Y ganar el  dinero a espuertas  y comprarles a nuestros viejos  un buen cortijo en el que hubiera de todo, y no faltara de nada.

-Y comprar un camión lleno hasta arriba de jamones, para que toda nuestra familia comiera hasta reventar.

La magia de los sueños adorno con hermosos destellos las negrísimas pupilas de ambos arrapiezos. Y sus aniñadas bocas las entreabrió el resorte de la ilusión.