UN PAPÁ LLEVÓ A SU NIÑO PEQUEÑO AL CIRCO (MICRORRELATO)
(Copyright Andrés Fornells)
Amedeo Mediacena había sido amante del espectáculo circense desde su más tierna infancia. Una tarde decidió llevar al circo a Agustinito, su hijo de ocho años. El niño, que ya estaba muy enganchado a los juegos informáticos, convencido de que todo aquello que divertía a su padre, a él solía aburrirle, argumentó:
—No me gusta el circo, papá. ¿Puedo quedarme en casa jugando a “Las batallitas de los planetas”?
—No. Hoy vas a dejar de lado esos juegos tan adicivos y vendrás conmigo a disfrutar del mayor espectáculo del mundo.
—¡Uf, qué muermo, papá! —se lamentó el niño.
Pero como donde manda papá, no manda hijo pequeño, los dos fueron al circo.
Y sentados ambos en sendas butacas presenciaron los diferentes números circenses que les fueron ofrecidos. El niño se animó un poco viendo a las amazonas que hacían piruetas encima de los caballos. Eran jóvenes, guapas, con interesante figura y llevaban poca ropa encima. En los siguientes números miró a todas partes realizando gestos que denotaban exasperación. Miró de reojo al lanzador de cuchillos, al funambulista, al domador de animales, a los trapecistas y finalmente aparecieron los payasos. Su padre, que lo estaba pasando estupendamente, aseguró al pequeño:
—Ya verás, hijo, como ahora te partes de risa.
El niño que tenía ya cara de ser humano despiadadamente torturado, se mantuvo callado, mirando ahora todo el tiempo a su relojito de pulsera.
Los payasos salieron a escena con los rostros pintados de payasos, ropaje ridículo y zapatos enormes. Los adultos comenzaron a sonreír primero y a carcajearse después. El papá de Agustinito entre ellos.
El payaso listo demostró con unas preguntas ingeniosas, que el payaso tonto era el más tonto del planeta entero. Y por ser tan tonto, encima de hacer escarnio de él, el payaso listo castigó su ignorancia dándole un bofetón que los micros aumentaron a volumen de trueno. El payaso agredido se puso a llorar soltando chorros de líquido por sus ojos con gafas trucadas. Los adultos presentes se desternillaban de risa. El papá de Agustinito, lo mismo.
Terminó la función. Se encendieron las luces. El papá de Agustinito hizo a su hijo una pregunta-afirmación:
—A que te has divertido muchísimo, ¿verdad?
El niño lo miró como, anteriormente, en la pista, el payaso listo había mirado al payaso tonto y le dijo:
—No entiendo, papá, cómo puede divertirte la desgracia de un hombre que es ridiculizado y humillado de palabra y maltratado de obra. Ambas cosas son condenables por la ley. Podrás castigarme a lo que quieras, pero yo nunca más te acompañaré a una sesión de circo donde se produzcan escenas denigrantes.
El padre al que acababa de avergonzar y sorprender la reflexión de su hijo, rindiéndose a sus argumentos dijo:
—De acuerdo, campeón. Cuando te llegue la edad de acudir a la universidad, aunque tenga yo que empeñarme con el mundo entero, te ayudaré a que obtengas el título de juez. Sin duda alguna es para lo que más vas a valer.