UN NIÑO EN UNA GUERRA (RELATO)

UN NIÑO EN UNA GUERRA (RELATO)

El país estaba en guerra. La aviación enemiga había bombardeado ya las zonas céntricas de varias ciudades. Los guetos, de momento, no habían sido atacados todavía. Los dejaban para más tarde, para cuando los principales objetivos hubiesen sido alcanzados.

Dentro de estos guetos los pobres se hacinaban en sus chabolas, aterrados, hambrientos y, por ser un invierno crudísimo, tiritando de frío, aunque se acostaban vestidos. La mayoría de ellos eran cristianos. Necesitaban creer en un ser todopoderoso al que pedir milagrosa ayuda y justicia cuando nada ni nadie quería prestársela.

La noche llevaba un par de horas reinando. Las calles estaban desiertas. Brillaba el asfalto mojado por la lluvia e iluminado por algunas farolas de luz mortecina. El silencio era asfixiante. En las montañas, visibles a pesar de lo lejos que estaban, la blancura de la nieve caída durante los últimos días formaba un bello conjunto para plasmarlo en postales.

En una de las chabolas vivía,  con sus padres y tres hermanos, un niño pequeño que padecía sonambulismo. A primera hora de la madrugada este niño abandonó la cama que compartía con sus padres, sin que ellos se diesen cuenta, y salió a la calle. Debido a su sonambulismo no sentía malestar alguno. Caminaba despacio. No iba a ninguna parte. Sus pies pisaban el gélido asfalto sin que lo sintieran.

Tampoco sintió a los aviones que, súbitamente como sombras siniestras y asesinas aparecieron en el cielo con sus vientres llenos de bombas criminales que empezaron a soltar sobre aquel misero e indefenso barrio.

Un estruendo infernal destruyó viviendas, mató a numerosas personas y levantó enormes nubes de humo y cegadoras llamas.

El niño pequeño despertó de pronto y viendo sus aterrados ojos toda aquella destrucción que lo rodeaba tuvo la convicción de que había ido a parar al terrible infierno del que hablaba la religión que le habían inculcado. Y con una vocecita apenas audible logró musitar, aterrado:

—Yo he sido siempre bueno… Yo quiero ir al cielo…

Una nueva bomba cayó muy cerca de él y, entonces, aquel desdichado pequeño fue a donde le habían enseñado que debía querer ir para que el buen Dios le recompensara, con cosas maravillosas, todos los sufrimientos y miserias padecidos en su corta existencia.

Y como ocurre en tantas guerras devastadoras, él y tantos otros fueron enterrados sin registrar siquiera sus nombres, bajo una tierra que no había sido creada para albergar muertos asesinados sino semillas que alargasen la vida y la salud de las personas vivas.

Todas las guerras sirven para lo mismo: para enriquecer a quienes las crean y financian, y para matar impunemente a seres humanos inocentes, indefensos.

(Copyright Andrés Fornells)