UN HOMBRE, UNA ESPOSA Y UNA BRÚJULA (RELATO)

UN HOMBRE, UNA ESPOSA Y UNA BRÚJULA (RELATO)

UN HOMBRE, UNA ESPOSA Y UNA BRÚJULA

(Copyright André Fornells)

        Simón Tilín era lo que nosotros, el vulgo, llamamos un hombre del montón. No era alto ni bajo, ni feo ni guapo, ni listo ni tonto. Lo dicho: era un hombre del montón. Su mujer, Agapita Tolón, era asimismo una mujer del montón a la que podemos añadir que era exagerada e injustificadamente celosa considerando la clase de hombre fiel, anodino y carente de atractivo que había esposado.

         Simón trabajaba de dependiente, dependiente de paga baja e imposible promoción, en unos grandes almacenes llenos de empleados tan grises como él. A veces, por gustarle la cerveza y los chistes verdes, Simón se tomaba una de estas bebidas espumosas en compañía de Pascual Tomate, que además de buen compañero contaba ese tipo de divertimento oral con desternillante gracia. Cada vez que esto ocurría, al llegar Simón a su casa, su mujer con los brazos en jarras, mirada de basilisco y voz de trueno le gritaba:

        —De dónde vienes, ¿eh? ¿Con qué zorra has estado, di? ¿Me has metido unos cuernos bien grandes, sucio canalla, mal esposa, malandrín?

          Simón, mirando con temor el rodillo de madera que ella blandía en su mano derecha, antes de que irremediablemente su irascible mujer se lo diese a probar en el lomo, le explicaba lo inocente que era de las acusaciones que ella le lanzaba.

         Un día, cansado de tanto injusto abuso conyugal, Simón se compró una brújula y decidió seguir, el resto de su vida, el rumbo que este obsesivo aparatito le marcase.

         Transcurrieron 10 años. Simón, cuando se cansaba de vivir en un sitio, cogía su brújula y seguía adelante para terminar deteniéndose en otro. Así fue como un mal día, dada una vuelta completa al mundo, sin el pretenderlo, fue a parar delante de la puerta de su casa y su mujer, sin que el llamara abrió la puerta y con los brazos en jarras, hecha un basilisco le gritó con voz de trueno:

          —De dónde vienes, ¿eh? ¿Con qué zorra has estado, di? ¿Me has metido unos cuernos bien grandes, sucio canalla, mal esposa, malandrín?

          Simón Tilín, cansado de seguir la dirección de su brújula, y cansado también de su gritona mujer, decidió que nunca se le presentaría otra oportunidad mejor, ni más justificada, para morirse de golpe, y así librarse de su atormentadora esposa y de su traidora brújula.

Cuando Simón Tilín le dijo a su corazón que se detuviera, éste harto de los continuos disgustos y sobresaltos con que él lo castigaba tan a menudo, obedeció e inmediatamente se paró.

Quienes vieron a su mujer llorando desconsoladamente sacaron una erróneo juicio.

—Parece mentira lo equivocada que estaba mucha gente creyendo que esa buena mujer no quería a su marido con toda su alma. Se le está licuando en lágrimas de pena el corazón, por la pérdida de su esposo.

La gente que pensaba así se equivocaba plenamente, la felicidad de aquella mujer había sido atormentar a su marido y ahora, perdido el marido, perdida su dicha.

MORALEJA: Nunca juzgues ni siquiera estando seguro de que conoces bien lo que juzgas, porque todas las historias mantienen siempre una verdad oculta.

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