UN HOMBRE APOCADO Y UNA MUJER SOÑADORA (RELATO)
UN HOMBRE APOCADO Y UNA MUJER SOÑADORA
(Copyright Andrés Fornells)
Adán Penas creía poseer un único mérito: ser buena persona. Ayudaba a las ancianas y a los ciegos a cruzar la calle y regalaba caramelos a los niños que veía llorando, para que cambiaran llanto por sonrisas. Físicamente, Adán valía poco. Era menguado de estatura, desprovisto de musculatura y bastante feo. Al zoológico había renunciado a ir porque los simios, intentaban echársele encima llamándole: ¡Papá, papá!
Además de su falta de encantos corporales y faciales, Adán era patéticamente tímido y si una mujer lo miraba durante un par de segundos (generalmente con lástima), se le ponía la cara del color de las amapolas, bajaba la vista y se alejaba.
Una tarde de primavera, Adán fue a pasear al parque. Le gustaban muchísimo las flores. Se hallaba admirando las rosas que adornaban uno de los parterres, en su cara una expresión de embeleso, cuando de pronto se detuvo junto a él una joven muy agraciada y le preguntó:
—¿Cómo te llamas?
—Adán —respondió él trabucándose, adorándola con sus ojos mansos.
—Lo sabía —dijo ella, entusiasmada.
—Pues no sé cómo lo sabes. Creo que no nos conocemos de nada —sensato él.
—Bueno, tal vez tú no me conoces a mí, pero yo si te conozco a ti. Sueño contigo todas las noches. Y me dices que te llamas Adán.
—¡Vaya! Ese es mi nombre. ¿Y qué hago yo en tus sueños? —perplejo, incrédulo, azorado él.
—Dices que me amas.
–Y tú te ríes y burlas de mí, claro.
–No. Yo no me rio de ti. Yo te digo que te amo también.
–¿Pero tú me has mirado bien, de arriba abajo?
–Yo no hago caso de lo que ven mis ojos, sino de lo que siente mi corazón.
–Pero si yo soy feísimo. Si he dejado de ir al zoológico porque los monos me llamaban papá.
–¡Ah! Eso no me lo pierdo yo –dijo ella cogiéndolo del brazo y añadiendo–: Vamos al zoológico.
Fueron allí y ella se rio muchísimo, divertida, encantada, cuando los simios le atribuían paternidad a su acompañante.
–¿Cómo te llamas tú? –quiso saber él cuando se recuperaron del mutuo ataque de risa.
–Me llamo Eva.
–Perfecto. De ahora en adelante podemos vivir juntos en mi paraíso, que es un pisito de cuarenta metros que poseo en la Plaza de los Prodigios.
Transcurridos media docena de años, un par de críos llamaban papá a Adán Penas y los dos pertenecían a la raza humana.
¡Estoy seguro de que a ustedes les gustan tanto como a mí las historias que terminan muy bien!