UN FANTASMA FEMENINO (RELATO)
A Fermín Portales, un fantasma que se le aparecía todas las noches en su dormitorio no lo dejaba dormir por el susto que le daba. El fantasma bailaba agitando mucho sus brazos hechos de niebla y dando espectaculares saltos en el aire.
El hecho de no poder pegar ojo en casi toda la noche tenía a este joven dueño de un pequeño quiosco donde vendía golosinas, somnoliento todo el día y, durante algunos momentos quedaba dormido y algunos niños desaprensivos aprovechaban para llevarse chucherías de su quiosco, sin pagarlas.
Un día le hablaron a Fermín de una bruja blanca que podría darle una solución a su angustiante problema. Y decidió ir a visitarla.
La bruja se llamaba Ramona Tiesto y era tan fea que habría podido actuar en películas de terror sin necesitar de maquillaje alguno. Fermín, mirándola con bastante miedo, le expuso que tenía un problema.
Ella, que había estado limpiando con un paño de gamuza una bola de cristal del tamaño de un balón de fútbol le ordenó:
—No me digas nada. Estoy viendo en mi bola mágica la cosa que te atormenta. Es una muchacha. Una muchacha que, cuando estaba viva se había enamorado de ti. Esta muchacha murió en un accidente de automóvil y su espíritu te ronda amargado por no haber podido confesarte su amor.
—¡Vaya, qué dramático! —el joven tendero aceptando como verdadero lo que acababa de decirle aquella mujer que daba susto mirarle la cara— ¿Qué me aconseja que yo haga, señora?
La pitonisa le dijo que acercase la cara a la suya y le susurró algo al oído.
—¿Por qué me ha hablado tan bajito? —quiso saber su visitante que igualaba su timidez a su curiosidad.
—Porque las paredes oyen—le explicó ella—. Tienen unas orejas enormes, y luego lo cuentan todo.
—¡Ah! Entiendo. Y si hago lo que usted me dice me veré libre de ese fantasma.
—Garantizado al cien por cien.
—Pero yo no estoy enamorado de nadie —manifestó Fermín.
—Eso no importa. Lo que importa es que hagas lo que yo te he dicho.
—De acuerdo. ¿Qué le debo?
—Son cien euros más el IVA.
—Me parece un poco caro.
—¿Sabes cuánto cuesta una bola de cristal mágica como la mía?
—Ni idea.
—Pues cuesta dos millones de euros más IVA. Tardaré cincuenta años en amortizarla. Si la salud y la longevidad me lo permiten, tendré ciento dos años cuando termine de pagarla.
—Visto así, cobra usted muy barato —reconoció el joven, comprensivo.
Siguiendo el consejo de la bruja, que daba miedo mirarla, Fermín puso en el periódico el anunció que aquella sabía hechicera le había indicado. El anuncio rezaba así: “Preciso tener una chica en mi cama durante una noche”. Era todo lo que ponía el anuncio. Para gran asombro suyo que creía ninguna joven aceptaría su desconsiderada demanda, se presentaron más de doscientas voluntarias en su quiosco de venta de chucherías.
Fermín, desbordado, decidió someterlas a una prueba que consideró importante. Les fue dando un chupa-chups a cada una de ellas diciéndoles que lo disfrutaran delante de él y, al final, escogió a la chica que, según su parecer, lo había chupado con más gracia y mayor elegancia.
La elegida se llamaba Alicia y le hizo tantas maravillas su boca al caramelo con palito, que Fermín le propuso compartiese cama con él hasta que ambos gastasen toda su vida.
Alicia, que de Fermín le había gustado todo, hasta su nombre, le respondió que aceptaba su propuesta.
La muchacha fantasma, tal como la bruja Tiesto le había asegurado ocurriría, al ver que Fermín ya tenía compañía femenina, desencantada, desapareció para siempre de su dormitorio y él pudo dormir todo el tiempo que la muy cariñosa Alicia le permitía, y contando ella con lo a gusto que él permanecía en vela.
Cinco años más tarde Fermín era dueño de cinco quioscos de chucherías, pues necesitaba muchos ingresos para mantener a los cinco chiquillos que Alicia le había ayudado, con entusiasmo, a tener. Para aquellos poco expertos en matemáticas, que no les salen las cuentas, explicaré que un año, Alicia, le regaló gemelos a Fermín.
(Copyright Andrés Fornells)