UN ESPEJO EMBRUJADO, O ALGO POR EL ESTILO (MICRORRELATO)

ESPEJO ANTIGUO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Lo compré en el Mercadillo. Era un espejo viejo con marco oscuro y aspecto algo siniestro. No sé muy bien porque lo adquirí. Ocurre a veces que hay objetos que parecen hablarte. Aquel espejo pareció pedirme que lo adquiriese. Y así lo hice. Me costó baratísimo. El vendedor mostró contento. A saber, los años que lo tenía sin que nadie mostrara interés alguno por él. Lo llevé a mi casa. Me di cuenta entonces que no casaba con el mobiliario ni con la media docena de cuatros llenos de claridad, copias de lienzos famosos del genial Sorolla.
Finalmente lo coloqué en el servicio, situado de tal manera que podía verme la cara en él cuando orinaba. Pronto aquel espejo me causó una gran desazón pues cada vez que mi rostro se reflejaba en él parecía decirme con voz maléfica:
—¡Mira que eres feo, tío!
Esta continua cantinela negativa suya me estaba quitando el valor de acercarme a las mujeres y tratar de despertarles agrado hacia mi persona. A quien crea que esto no es importante, lo de despertar agrado a las mujeres, le diré que no entraba dentro de mis planes quedarme virgen el resto de mi vida. A mí me gusta muchísimo la compañía de las féminas. Yo no comparto la opinión de  un amigo mío, misógino empedernido, que opina, las mujeres son la perdición de los hombres.  En consecuencia, llevé aquel espejo a un contenedor de basura y lo arrojé dentro. Lo que siguió a partir de aquel liberador momento puede considerarse milagroso: Tengo ya dos novias y hay una tercera que me está haciendo ojitos todo el tiempo. Jamás he vuelto a mirarme en un espejo. Tengo el convencimiento de que solo ellos me ven feo.