UN ASESINATO BIEN PLANEADO (RELATO NEGRO AMERICANO)
Ben era un individuo que en cuanto descubrió que su belleza física enamoraba a las mujeres se convirtió en gigoló y vivió a costa de ellas que, para disfrutar de él le hacían regalos caros y también le daban importantes sumas de dinero, todo lo cual le permitía llevar una existencia regalada y lujosa.
Ben conoció a Laura, una multimillonaria caprichosa, despótica, inaguantable, que había heredado una inmensa fortuna al morir sus padres en un desgraciado accidente de coche.
A la salida de una fiesta, encontrándose muy borrachos los dos, Ben propuso a Laura que se casara con él.
—¿Por qué casarnos? —preguntó ella apoyándose en él para poder mantenerse en pie.
—Pues porque nos amamos, y las personas que se aman se casan.
—Bueno, puesto que nos amamos, casémonos —aceptó ella con lengua estropajosa.
Y se unieron por lo civil.
Al día siguiente, los dos resacados recordaron lo que habían hecho la noche anterior.
—Bueno, de momento vamos a dejarlo así —decidió ella, caprichosa—. Sabiéndome casada, mucho encontrarán un especial placer en meterle los cuernos a un tipo tan guapo como tú.
—Eso es cierto —aprobó Ben, pensando en que esta unión con ella algún beneficio le aportaría.
Y así fue. Laura le compraba todo cuanto él deseaba, sin importarle que su precio fuese elevado y, en reconocimiento él nunca le afeaba las continuas infidelidades que ella cometía.
Gracias a la generosidad de Laura, Ben disfrutaba de lujos como el de vestirse en las sastrerías más caras y prestigiosas, tener su propio gimnasio en la mansión donde ellos vivían y disponer de dos coches rápidos y carísimos: un Lamborghini y un Ferrari.
Con el paso de los días el lobo de la codicia cobijado dentro del gigoló le creció tanto que se le clavó fijo un pensamiento pertinaz: <<¿Por qué conformarme con las migajas que ella me da si todo lo suyo podría ser mío si ella desapareciera, pues siendo su marido yo heredaría todo lo suyo>>.
Y empezó a rumiar continua, obsesivamente, de qué modo podía él conseguir lo que ambicionaba. Podía buscar a alguien que, por una buena cantidad de dólares la asesinara, pero esto era extremadamente peligroso. El asesino podría delatarlo, podría hacerle chantaje, podría incluso quitarle la vida para poder robarle todo cuanto él poseía de valor.
En un mundo tan lleno de codiciosos sin escrúpulos no era posible confiar en nadie. Terminar con su mujer tendría que hacerlo él. Tendría que hacerlo él de modo que pareciese un accidente. Se tomaría el tiempo suficiente para elaborar un plan perfecto que le permitiera quedar a salvo de cualquier sospecha, pues sería mucha la gente que pensaría en el gran provecho que le significaría heredar él la fortuna de ella.
En lo primero que pensó fue en estudiar los diferentes venenos que existían y encontrar uno fácil de adquirir sin que se pudiese descubrir que lo había adquirido él, e imposible de detectar. Lo descartó pronto. Necesitaba suministrarlo por medio de la comida o la bebida y con el paladar tan sensible que poseía su mujer se daría cuenta al primer sorbo o primera cucharada de que había algo extraño en la comida o la bebida y lo rechazaría inmediatamente.
Y a partir de entonces, ella empezaría a desconfiar de él, a vigilarlo y muy posiblemente a divorciarse de él y dejarlo sin nada.
Debía encontrar algo que le permitiese a él quedar libre de toda sospecha. Después de darle muchas vueltas al asunto decidió que lo más seguro para no verse él involucrado, era que ella sufriera un accidente.
En lo primero que pensó fue en manipular los frenos de su Bentley, vehículo que Laura conducía muy de tarde en tarde, pues no le gustaba conducir, además de no hacerlo porque bebía frecuentemente más de la cuenta y no se consideraba en condiciones para conducir, no lo hacía y podía encontrarse con el peligro de que ella le ordenase llevar él su coche.
Un buen día mientras zapeaba con el mando a distancia del enorme televisor que cuando no lo querían ver, un mecanismo lo metía en un hueco de la pared y un panel lo encerraba allí, Ben se detuvo un momento en unos dibujos animados antiguos. Le gustaba verlos de niño. Los personajes, enemigos irreconciliables, echaban mano de todo tipo de violencias como explosivos, palos de beisbol, atropellos… Se quedó viéndolos con una sonrisa maliciosa en sus labios.
Y de pronto una escena que presenció le disparó la imaginación y lo deslumbró con una posibilidad de terminar con su mujer que no se le había ocurrido hasta ese mismo instante.
A partir de aquella idea surgida de repente, Ben comenzó a trabajar, detenidamente, sobre aquella acción que podría librarlo de su mujer y quedarse él con todo cuanto ella poseía. Tardó poco tiempo en tenerlo todo tan bien planeado que resultaría infalible y él quedaría libre de toda sospecha.
La oportunidad de llevar a cabo lo planeado que, de salirle bien tuvo la convicción de que sería un crimen perfecto, se le presentó un sábado. Unos amigos de Laura los habían invitado a los dos a una gran fiesta que habían organizado. Una fiesta con atracciones varias, baile con orquesta, bufé y fuegos artificiales como cierre.
Laura le había dado el día libre al personal. Ella y Ben estaban solos en la magnífica villa. Él se vistió de esmoquin en un santiamén. Estaba nervioso. Le costó un gran esfuerzo disimularlo. Lo consiguió, no obstante. Su mujer no advirtió su enorme agitación interior.
Laura empleaba siempre mucho tiempo en arreglarse. Había seguido un curso de esteticista, aprendido a maquillarse exquisitamente y esto le requería el empleo de casi media hora.
Ben, por el contrario, tardó en estar listo incluso menos de lo habitual:
—Laura, te espero abajo tomando un whisky —dijo forzando naturalidad.
—Yo necesitaré de algunos minutos todavía. Súbeme un whisky con mucho hielo como me gusta a mí —le ordenó ella.
—Claro, cariño, enseguida —maldiciéndola por dentro porque con esta petición suya le robaría minutos a lo que él tenía planeado hacer.
Preparó en un tiempo récord la bebida de ella y se la llevó al tocador.
—Vaya, cuando quieres eres como el rayo —se burló Laura que estaba todavía en la elección de la ropa interior que iba a ponerse —. Ayúdame a escoger lo que me pongo.
—¿Será para quitártela yo, o para quitártela ese jovencito piloto de Fórmula 1? --irónico él.
—Será para quitármela tú. A él no he conseguido lo invitasen a esa fiesta.
Él eligió un sujetador y unas bragas, negras ambas prendas, caladas y con primorosos bordados. No se quedó a verla ponerse aquellas exquisitas prendas. Debía aprovechar el tiempo con la mayor rapidez.
—Te espero abajo bebiendo mi whisky.
—¿No me dices como otras veces que me dé prisa? —ella burlándose.
—No. Tú te tomas siempre el tiempo que te da la gana. No sorprende a nadie que lleguemos tarde a su fiesta.
Ella totalmente desnuda todavía se rio cogiendo el vaso que él le había traído. Nada más llegar abajo, Ben corrió al cuarto de baño, se hizo con el envase que contenía jabón líquido, regresó presuroso a la escalera, se quitó los zapatos para no hacer ruido, subió hasta el segundo escalón y fue untando con el jabón y su mano derecha enguantada la parte superior de los brillantes escalones de caoba.
Procuró ahogar los jadeos que el presuroso y enérgico ejercicio le causaban.
En el dormitorio podía escuchar a su mujer tarareando una canción muy en boga. Pensó escuchándola: <<Maldita bruja. Veremos si dentro de un ratito sigues tan contenta como estás ahora>>.
Justo cuando él regresaba del cuarto de baño donde se había lavado velozmente las manos sudadas por el veloz ejercicio realizado, Laura apareció en lo alto de la escalera. Llevaba en su mano derecha el vaso de whisky casi vacío del todo. Este detalle satisfizo muchísimo al gigoló. Serviría para que se la creyese bebida y por eso hubiese dado un mal paso en la escalera y rodado por ella.
La mujer llevaba puestos unos zapatos con altos y finos tacones. Descendió sin problemas, sin apoyar su mano en la barandilla, pero resbaló entre el tercero y cuarto escalón, soltó un grito de pánico, seguido de otro de dolor que se alargó varios escalones más y al llegar abajo del todo emitió su último gemido. Los duros escalones le habían reventado, por varias partes, la cabeza.
Demostrando una sangre fría que hasta lo asombró, Ben cogiéndola de un brazo tiró de ella para apartarla del último escalón. Al realizar esta maniobra a ella se le salió uno de sus zapatos. Él no le dio importancia alguna a este detalle. Corrió a la cocina saco del cuartito donde los guardaban varios rollos de papel y limpió frenéticamente los escalones procurando no quedase la menor huella de jabón.
Cuando llegó abajo estaba empapado en sudor. Se cambió rápidamente de ropa, procurando sosegarse algo. Por lo que él sabía sobre autopsias había siempre una media hora de diferencia a la hora de juzgar los forenses el momento en que ha podido ocurrir una muerte. Había comprobado que el carísimo reloj de su mujer seguía funcionando, por lo cual no podría servir para por medio de él parado conocer la hora exacta en que Laura había rodado por la escalera.
Salió al exterior de la mansión, tiró dentro de un contenedor de basura todo aquel papel pringado con jabón. Con el palo de una escoba removió la basura cubriendo todo aquello con desechos que allí había.
Y por fin consideró había llegado el momento de realizar la mayor interpretación teatral de su vida. Sollozando, entrecortando sus palabras, pidió una ambulancia y a continuación llamó a la comisaría de policía y consiguió, mostrando su dolor y desesperación todo el tiempo, avisar de la desgracia que le había acontecido a su esposa.
Debido a la relevante persona que ella era como hija de un acaudalado financiero, el comisario Sullivan envió inmediatamente a dos de sus detectives: Arnold y Willian.
Ben se creía mentalmente preparado para el diluvio de preguntas que le harían los policías. Estos lo sometieron a un exhaustivo interrogatorio. Ben creyó haber estado genial con sus lamentos y llantos de dolor por la desgracia que le había acontecido a su querida mujer.
Cuando finalmente después de fotografiar muchas veces los especialistas de la científica desde distintos ángulos el cadáver de la mujer, y recibido la autorización del juez, una ambulancia se llevó a la morgue para hacerle allí la autopsia.
Los agentes y el juez advirtieron a Ben que mientras estuviese en marcha la investigación, él no debía abandonar la ciudad y mucho menos el país, bajo ningún concepto.
—Con la trágica muerte de mi esposa, que me ha dejado destrozado, enfermo de tristeza, de lo único que tengo ganas es de tirarme de bruces en la cama y llorar hasta quedarme sin lágrimas —les aseguró Ben en apariencia terriblemente compungido, exhausto, enfermo.
Por fin se marcharon todos. Ben agotado, pero contento de la excelente conducta suya de esposo abatido por la terrible desgracia que había sufrido con la pérdida de su esposa.
Convencido de que había conseguido engañar a todos, lo celebró bebiéndose media botella de champán. La otra media, temiendo una posible resaca cuando le hiciese efecto, la tiró por el fregadero.
Al día siguiente, cuando vino el personal empleado por su mujer, le mostraron su condolencia. Ben les pidió que se marcharan por un par de días hasta que él los llamara, pues deseaba pasar un tiempo solo con su dolor y su abatimiento. Todos los empleados le mostraron pesar y comprensión.
* * *
A media mañana se presentó en la lujosa villa el detective William y le comunicó a Ben que llamase a su abogado, pues quedaba detenido acusado de la muerte de su mujer.
—Pero qué locura dice. Yo no maté a mi mujer. Mi mujer se mató cayendo por la escalera. Ella había estado, como siempre, bebiendo más de la cuenta. En el vaso que ella llevaba en su mano cuando se cayó rodando por la escalera debieron encontrar sus huellas.
—Tenía las huellas de su esposa y las suyas también.
—Porque ella me pidió esa bebida y yo la preparé en la cocina y se la llevé.
Impertérrito, el oficial de policía le advirtió:
—Le concedo cinco minutos para que realice esa llamada. Si no la ha hecho en ese tiempo nos lo llevaremos detenido los dos policías que esperan afuera a que los llame, y yo.
—Comprendiendo que no le quedaba otra salida, el viudo reciente hizo esa llamada.
* * *
La policía no encontró en la basura los papeles de cocina que Ben había empleado para limpiar el jabón con que había untado los escalones en los que había resbalado su mujer, porque el camión de la basura se los había llevado.
Los crímenes perfectos suman una cifra tan pequeña porque la mayoría de los criminales cometen algún error. El error que cometió Ben fue no limpiar la suela de los zapatos de su mujer y la policía encontró en ellos partículas del jabón empleado para que ella resbalase y cayera rodando por los escalones.
Siguiendo los consejos de su abogado de que reduciría su condena si se declaraba culpable de asesinato, cometido en un momento de ofuscación, de sufrimiento por la insoportable tiranía de su mujer y sus continuas infidelidades. Estos dos hechos los sostuvieron el personal de servicio de su casa y numerosos testigos encontrados en bares y restaurantes en donde había estado Laura bebiendo, comiendo y besándose con algunos de sus amantes.
Ben fue condenado a quince años de prisión. La fortuna y propiedades de su mujer fueron entregados a unos sobrinos de Laura, que Ben ni siquiera sabía que existían.
Cuando salió de la cárcel, cumplida su condena, Ben había dejado de ser el hombre hermoso que era cuando entró. Todo aquel tiempo pasado preso le hicieron recapacitar sobre la existencia que había llevado en la que el lujo se había mezclado con el servilismo, la falsedad y la dependencia.
Decidido al verse libre a cambiar todo esto y, en adelante vivir en paz llevando una vida honesta y anónima. Durante su adolescencia, ayudando a su padre había aprendido el oficio de fontanero. Ayudando a uno de ellos aprendió los nuevos materiales con los que se trabajaba y enseguida se estableció por su cuenta. Y convertido en un obrero más, anhelaba la llegada de los fines de semana y días festivos para divertirse modestamente como se divierten las personas que viven de un modesto sueldo, y acostarse con mujeres trabajadoras como él. Y si conseguía, con alguna mentira hacer creer a alguna de ellas que estaba en el paro, conseguir que pagasen las cervezas y la comida modesta, lo consideraba un gran triunfo.
(Copyright Andrés Fornells)