TUVE UN ABUELO SABIO (VIVENCIAS MÍAS)

TUVE UN ABUELO SABIO (VIVENCIAS MÍAS)

Mi abuelo Silvino era un hombre pastueño, socarrón y sabio. Cuando yo era chico lo acribillaba a preguntas y él nunca perdía la calma. Cualquiera duda o curiosidad que me entraba, a él acudía yo convencido de que me daría las respuestas que yo necesitaba acuciantemente. Porque cuando uno es pequeño, curioso y hambriento de conocimientos nuevos y de solución a los misterios que le surgen, cualquier cosa le resulta urgente no importa lo tonta o insignificante que pueda parecerles a los adultos.

Vivíamos entonces en un viejo piso metido dentro de un barrio obrero y el lugar favorito de mi abuelo, cuando hacía buen tiempo, era sentarse en el balcón, pues añorando los grandes espacios como les ocurre a tantos campesinos jubilados que los encierran en pequeñas viviendas de grandes ciudades.

Y allí en nuestro balconcito levantando la cabeza hacia lo alto, mi abuelo podía ver el cielo y leer, si había nubes, la posibilidad o no de que llevaran lluvia.

—Hoy no caerá ni gota —afirmaba él.

Y ese día vaticinado por él ni tan siquiera chispeaba.

Persistente yo, otro día con el cielo cubierto de nubes le preguntaba:

—Abuelo, ¿lloverá hoy?

—Nene, hoy caerá la de Dios es Cristo. Ya le he dicho a tu madre que se olvide de usar la lavadora porque no podrá secar la ropa.

Y ese día diluviaba.

Otro día más, sentándome a su lado y buscándole con la mirada sus cansados ojos le pregunté algo que me preocupaba mucho saber:

—Abuelo, ¿quiénes son más inteligentes, los hombres o las mujeres?

No sé si le sorprendió mi pregunta, pero esbozó una socarrona sonrisa y tras pensárselo un momento contestó:

—Eso dependerá de la mujer o del hombre que tengamos que juzgar. ¿Tú quieres que generalice, nene?

Imitando a los novios ante el altar, afirmé fortaleciendo mi afirmación con enérgicos movimientos de mi eternamente despeinada cabeza:

—Sí quiero.

—Bien, generalizando: Al hombre, su inteligencia, tenga mucha o tenga poca, no le dura más allá del día en que se enamora de una mujer hermosa y astuta.

Reflexioné yo también sobre lo que acababa de escuchar y argumente:

—Abuelo, ¿y si un hombre no se enamora de una mujer hermosa y astuta, que pasa?

—Querido, mocoso, hombres así de inteligentes no abundan. Pero te diré que los pocos que hay suelen ser muy felices en su matrimonio.

No les diré como es la mujer de la que me enamoré yo, pero sí me vanaglorio de que el matrimonio mío no ha habido seductor de prestigio reconocido que haya conseguido averiarlo y ni tan siquiera hacerle un rasguño.

Y mi abuelo, allí en el rinconcito del cielo donde se encuentra, lo sabe y sonríe divertido.

(Copyright Andrés Fornells)