TINO, UNO DE ESOS NIÑOS ESPECIALES (RELATO)
TINO, UNO DE ESOS NIÑOS ESPECIALES
(Copyright Andrés Fornells)
Los tres hermanos regresaron del entierro de su madre profundamente afligidos. El mayor pagó a la muchacha que había cuidado del hermano pequeño con deficiente salud mental.
—Se ha portado bien. Está en su cuarto viendo televisión.
—Gracias. Hasta la próxima, Anita.
Ella marchó. Durante varios minutos los tres hermanos guardaron un silencio angustioso. Retrasaban el momento de afrontar al gran problema surgido. Fermín, el mayor, miró a su hermano Juan y a su hermana María y expuso:
—¿Qué haremos con Tino?
—¿Qué sugieres tú?
—Según mamá, ha conseguido grandes progresos últimamente. Se calza los zapatos, se peina, ha aprendido palabras nuevas y corregido algunas mal pronunciadas que ya empleaba. Pero necesitará siempre constante atención y dedicación. He pensado podría quedarse con esta casa quien de nosotros se haga cargo de él. En compensación por la responsabilidad y el trabajo de cuidarlo. ¿Qué os parece mi idea?
A Juan y a María les pareció bien, añadiendo enseguida su imposibilidad de ocuparse del hermano deficiente. María tenía un empleo a día completo, y Juan lo mismo, añadiendo este último la mala salud de su mujer.
—Llévatelo tú a Madrid? —propuso, María—. Allí tenéis colegios especiales. Podrías meterlo en uno de ellos.
Contrariado, Fermín argumentó:
—Mi mujer se halla embarazada de varios meses y está llevando muy mal el embarazo. No puedo involucrarla en una responsabilidad tan grande. Y moralmente, no podemos encerrar a Tino en un centro de esos. Mamá nunca quiso hacerlo. Y cuando cayó enferma nos hizo prometer que nos ocuparíamos debidamente de él.
—Tuvimos que prometérselo. No íbamos a disgustarla cuando se estaba muriendo —justificó María.
Tino, irrumpió en el salón donde se encontraban sus hermanos. Babeó de contento al verlos. Corrió a abrazarlos. Finalmente, cogió a su hermano mayor de la mano y tiró de él.
—Quiere le saques de paseo —interpretó María.
—Siempre fuiste su favorito —añadió, ladino, Juan.
Fermín y Tino marcharon a la calle. Este último llamaba la atención de la gente con su ruidosa alegría. Llegaron al parque. Por ser horario escolar, estaba vacío. Tino se deslizó por el tobogán. Seguía riendo. En aquel momento no parecía haber en el mundo nadie más dichoso que él. Y de pronto se tumbó de espaldas sobre la zona de césped con los brazos en cruz, inmóvil, una amplia sonrisa en la boca, los ojos muy abiertos.
Su hermano Fermín habría dado cualquier cosa por saber qué pasaba por su mente. Era un auténtico misterio. Aunque tal vez no pensaba nada. Simplemente, se quedaba desconectado de todo cuanto le rodeaba.
De pronto, incorporándose, Tino le regaló una sonrisa tan tierna que a su hermano mayor le llegó al corazón. Y acto seguido Tino, ya de pie, abrió sus brazos y comenzó a dar vueltas alrededor del banco donde su hermano mayor estaba sentado, en su cara un resplandor de lucidez mientras pronunciaba con deleite, babeando:
—¡Emín, emín, emín…! ¡Te quero mucho, mucho, mucho!
Y cuando aquella explosión de alegría indescriptible, aquellos giros alocados le produjeron mareo se abrazó a su hermano mayor riendo y jadeando. Y Fermín decidió que Tino le amaba tanto que él no podía fallarle. Se lo llevaría con él a su casa, se enfrentaría al mundo entero, si falta hiciese, con tal de cuidar de Tino mientras la vida se lo permitiese. Tino merecía, dentro de su inocencia mental, de la que ninguna culpa tenía, la poca o mucha felicidad que él pudiese procurarle.
Cuando los dos echaron a andar de nuevo, el sol juntó sus sombras como demostrando que celebraba la decisión de Fermín.