SUDECIÓ EN LA ÉPOCA QUE LOS DRAGONES RAPTABAN PRINCESAS (RELATO)


(Copyright Andrés Fornells)
Es bien conocido por todos los amantes de las leyendas antiguas, que hubo un tiempo en que los grandes dragones se enamoraban de princesas hermosas y las secuestraban para gozar contemplando su belleza, pues por las insalvables diferencias físicas existentes entre ellos, ningún otro placer podían obtener de ellas aparte del visual.
Hubo una vez un dragón llamado “Casimiro”, que tuvo la debilidad de enamorarse de una princesa llamada Margarita, joven poseedora de tan extraordinarios encantos físicos, que, en su tiempo, fue considerada por muchos la princesa más hermosa del mundo.
Dentro del castillo donde moraba esta inigualable beldad, junto a sus padres y abuelos, el dragón contó con un sirviente codicioso y traidor que, por el pago de un puñado de perlas negras se comprometió a dejarle abierta la puerta de entrada a la fortaleza para que “Casimiro” pudiese entrar en ella y secuestrar a la bella princesa.
—Será mañana noche, cuando en el castillo duermen todos y todas las luces están apagadas, que dejaré abierta su entrada.
—¿Y cómo podré, a oscuras, encontrar entre las veinte habitaciones con que cuenta el castillo, la habitación de la princesa? —quiso saber el monstruo cuyo cerebro, aunque era muy pequeño, hasta cierto punto, funcionaba.
—El cuarto donde duerme la princesa Margarita lo descubrirás, tú que tan buen olfato tienes, por el perfume a violetas imperiales que el escultural cuerpo de ella desprende —informó el vendido.
La noche en que el dragón debía llevar a cabo el rapto de Margarita, se desató una terrible tempestad con profusión de rayos cegadores y truenos aterradores tan fuertes, que hubo momentos que pareció se estuviese rompiendo el mundo.
El dragón “Casimiro” estuvo tentado de dejar aquel asunto para otro día que hiciese mejor tiempo. Pero considerando que, el criado sobornado por él quizás no pudiese volver a facilitarle la entrada a la fortaleza y verse él obligado a intentar la seguramente imposible hazaña de escalar los altos muros del castillo, le decidió a no posponerlo.
Debido al diluvio que caía del cielo, el dragón llegó a la fortaleza calado hasta los huesos, pues en aquellos remotos tiempos no se habían inventado ni los chubasqueros ni tampoco los paraguas y los taxis todavía menos. Además de hecho una sopa, el enorme animal llegó a su meta con la vista muy irritada debido al continuado, cegador impacto que los relámpagos causaron a sus ojos.
Cruzó el Dragon la gran puerta abierta e inmediatamente activó al máximo su descomunal nariz oliendo con ella el interior de cada habitación que abría a tientas, pues, para dificultarle el delito que se proponía realizar, los relámpagos habían dejado de manifestarse y alumbrarle. El monstruo “Casimiro” tuvo que visitar trece habitaciones antes no consiguió captar la fragancia que buscaba: fragancia a violetas imperiales.
A ciegas llegó hasta le figura femenina dormida, la envolvió con la ropa de la cama y se la llevó acunada contra su empapado, amoroso pecho. Su presa, aterrada por el horrible hecho que le acontecía y le era imposible ver nada, solo pudo emitir unos gemidos de espanto, que no fueron lo suficientemente altos para despertar al rey o a algunos de sus soldados y que fueron silenciados por el inoportuno desvanecimiento que padeció.
Muy contento el secuestrador con el resultado obtenido, regresó finalmente a su cueva, después de extraviarse media docena de veces por el camino, y encerró a su inconsciente víctima en una celda que para ella había construido. Y mientras se secaba con una toalla tan grande como un campo de futbol, “Casimiro” estuvo estornudando, a más y mejor, pues era muy propenso a resfriarse. Luego se acostó y sus atronadores ronquidos compitieron, superándolos muchas veces en decibelios, con los truenos de la tempestad.
En la región donde acontecieron los hechos aquí narrados, la climatología estaba notablemente loca, como demostró amaneciendo el día siguiente sin viento, sin lluvia, sin tempestad y luciendo un sol esplendoroso.
El dragón despertó y, al hacerlo, cambió ronquidos por estornudos. No se quejó del tremendo constipado cogido. Valía la pena sufrir unas pequeñas molestias a cambio de tener, para su gozo contemplativo, a la princesa más hermosa del mundo.
Se acercó a la celda donde la había dejado encerrada la noche anterior y el horror que experimentó desorbitó sus ahuevados ojos y le descolgó la barbilla que cayó, pesadamente, sobre su escamoso pecho. La mujer que habían raptado no era la bellísima princesa, sino su feísima abuela. La confusión sufrida por él, se debía al hecho de que esta anciana y su nieta usaban el mismo perfume: violetas imperiales.
La secuestrada, para infortunio del monstruo “Casimiro” estaba despierta y furiosísima, y entre sus extraordinarias habilidades personales contaba la de poder hipnotizar a cualquier criatura viviente. Al instante, la anciana, sin mostrar temor alguno, se quitó el corazoncito de oro y brillantes que rodeaba su arrugado cuello y, mientras lo balanceaba delante de su captor le preguntó:
—¿Por qué me has traído aquí, monstruo feísimo?
—Por equivocación te traje. No era a ti a quien quería traer, vieja bruja, si no a la bellísima princesa Margarita.
—Bien. Pues duérmete ahora mismo, para que no puedas asustar con tu colosal y horripilante figura a mi regio esposo que está a punto de llegar aquí.
“Casimiro”, hipnotizado ya, juntó sus párpados bordeados de pestañas tan grandes como los cuernos de los búfalos, y quedó profundamente dormido. La anciana hipnotizadora salió fuera de la cueva donde encontró a su viejo esposo viniendo hacia ella, dando él muestras de agotamiento y también de alegría al verla.
—¡Gracias doy al cielo porque sigues viva, mi amada Perséfone! —exclamó.
Se abrazaron los dos esposos, estrecha y tiernamente.
—Mi querido Nobel, sabía que sabrías seguir las huellas de mi secuestrador y llegar hasta aquí para intentar salvarme.
—Así es. Ya sabes lo listo que soy —se auto elogió él.
—Listísimo. Nobel de mi vida, ¿has traído contigo algunos de esos cilindros de tu invención, que parecen cigarros puros?
—Los he traído. Vamos a alejarnos unos pasos, para nuestra seguridad, Perséfone de mi alma.
Varios siglos más tarde, un grupo de espeleólogos encontró el cadáver de un enorme Dragon sepultado dentro de una cueva derrumbada, y juzgaron que su derrumbe se debió a un fenómeno sísmico.
Advertencia: Cometen frecuentemente este tipo de ridículos equívocos todos los que se atreven a opinar sobre hechos que no presenciaron.
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