STRIPTEASE SANGRIENTO (RELATO NEGRO AMERICANO)

STRIPTEASE SANGRIENTO (RELATO NEGRO AMERICANO)

Riki fumaba un canuto pausadamente, sus lujuriosos ojos medio entronados fijos en Tina que estaba realizando para él un excitante striptease al ritmo de la música excesivamente alta que salía de su móvil colocado encima del pequeño escritorio de la habitación de hotel donde se hallaban ambos. Las paredes insonorizadas evitaban que su elevado volumen las traspasase,

Riki, la lámpara de la mesita de noche la había tumbado de forma que su círculo de blancuzca luz diera de lleno en la voluptuosa mujer que lo estaba excitando al máximo con su sensual, provocadora exhibición de movimientos lascivos.

Tina había empezado subiéndose la minifalda hasta las ingles dejando al descubierto la totalidad de sus largas y bien torneadas piernas y casi la mitad de sus finas, caladas, exiguas bragas negras que contrastaban con la tersa blancura de su piel. Mantuvo ella un par de minutos la falda allí recogida sin dejar de mover sinuosamente su escultural cuerpo, y luego, muy despacio, fue elevando la prenda hasta conseguir sacársela después de superar sus bien curvadas caderas y sus abultados pechos, por la cabeza. Una vez logrado esto la hizo girar en el aire antes de soltarla para que cayese al suelo tras un corto vuelo.

Sonreía provocadoramente para el hombre que la estaba contemplando con una expresión de violento deseo en sus duras, angulosas facciones.

Tina fue descendiendo sus manos de uñas largas con una diminuta bandera norteamericana pintada en ellas, hasta cerrarlas en sus senos redondos, firmes, al tiempo que entrecerraba sus ojos y recorría con la lengua, humedeciéndolos, sus gordezuelos labios pintados de un rojo muy vivo.

Representaba en aquel momento la irresistible imagen de la perversa seducción femenina, como antes que ella lo fueron Dalila, Mesalina, Cleopatra y tantas otras.

Las manos de Tina abandonaron sus pechos cubiertos todavía por la ligera blusa y el sujetador transparente que delataba sus puntiagudos pezones en erección y descendieron hasta la exquisita prenda que cubría su sexo donde las colocó de tal manera que, por el centro el tejido se hundió entre los labios verticales, protuberantes, hinchados de su sexo.

Riki, con un esfuerzo enorme de voluntad, aguantaba su provocativa exhibición, sin estropearla con un asalto salvaje sobre Tina. Quería demostrarle que él no perdía la cabeza fácilmente. Que era un hombre experimentado, dominador de sus emociones, de su abrasadora pasión.

La sonrisa de Tina se ensanchó. Podía leer en él como en un libro abierto. Habían pasado muchos hombres por su vida, y podía descubrir en sus ojos y en su actitud todos sus sucios y violentos pensamientos. Tenía que alargar un tiempo más su erótica exhibición. Ganar tiempo. Descendió de nuevo sus brazos mantenidos un tiempo elevados y serpenteantes y, con exasperante parsimonia fue desabrochando los nacarados botones de su ligera blusa de seda blanca.

Riki se bajó la cremallera de sus pantalones para librar la parte de su anatomía que le dolía de mantenerla forzadamente oprimida. “A esta putilla le voy a echar yo el polvo de su vida. La voy a dejar hecha unos zorros”, pensó odiándola en aquel momento por obligarle psicológicamente, a refrenar sus exaltados, primitivos instintos.

Tina abrió por fin su blusa. Poseía una cintura estrecha y unas caderas de curvatura perfecta. En su ombligo lucía un pequeño diamante que lanzaba intermitentes destellos al recibir el haz de luz proveniente de la tumbada lámpara de la mesita de noche.

Por encima del primoroso sujetador se desbordaba buena parte de las dos esferas turgentes, altivas. “Esta zorra es la hembra más hermosa y deseable que he conocido en toda mi vida”, reconoció Riki que había decidido iba a saltar sobre ella en cuanto librara sus senos de la prenda que ahora ella acariciaba con sus manos bellas y exquisitamente femeninas.

Adivinando sus intenciones, Tina retrasaba el momento de quitarse el sostén. Ni la expresión de su rostro, ni la sonrisa maliciosa que curvaba su boca pulposa delataban el desasosiego, el temor que, segundo a segundo, iba creciendo en su interior.

Y de repente ocurrió lo que Tina había estado temiendo todo el tiempo. Riki perdió la calma y estalló furibundo:

—¡Quítate ya de una puta vez el sujetador! ¡Me estás cabreando!

Tina no demostró el miedo que le había entrado. Sabía que se las estaba viendo con un asesino sin escrúpulos. Su vida corría peligro. No podría mantenerlo a raya mucho más tiempo.

Con un gesto rápido se quitó el sostén y, mientras éste caía al suelo cubrió con las manos abiertas sus magníficos pechos, siguiendo todavía la música con el mismo sensual juego rotativo de sus flexibles caderas. Sus ojos ambarinos percibieron un lento movimiento en la puerta de la habitación y ocultó su alivio dándose media vuelta, quedando de espaldas a Riki y acentuando el cadencioso y excitante movimiento a sus salidos glúteos de circunferencia perfecta. Abrió las piernas e inclinándose hacia delante culminó su exhibición apartando las braguitas a un lado y exponiendo su sexo. 

La música alta no permitió a Riki escuchar el levísimo ruido que hicieron al entrar los dos hombres armados con pistolas provistas de silenciadores. Para cuando su instinto le avisó del peligro que corría, era ya demasiado tarde para él. Sus dos excompañeros lo estaban cosiendo a balazos.

El último pensamiento que Riki tuvo, precipitándose ya contra el duro enlosado fue que no podría disfrutar de la importante cantidad de dinero que le había robado a su jefe, y que Tina le había engañado cuando le dijo que había perdido la tarjeta con la que se abría su habitación del hotel donde se encontraban.

La joven stripper, que agonizaba cubierta de sangre pues le habían alcanzado varías de las balas disparadas, logró balbucir mirándoles aterrada:

—¿Por qué a mí…?

—Te voy a dar una lección de historia, gratis —cruelmente cínico uno de los dos esbirros—. Escucha: Servilio Cepión, un cónsul romano de la antigüedad, les dijo a los asesinos de Viriato un extraordinario héroe, también antiguo: “<<Roma no paga a traidores>>. Aplícate el cuento.

—Creo que no te ha oído. Está muerta ya —manifestó, admirado, su cómplice—. Anda, vámonos. Aquí ya no nos queda nada por hacer.

—No, ya hemos hecho lo que debíamos. ¿Te has fijado en lo feo que ha quedado Riki con los ojos y la boca tan abiertos?

—¡Qué cabrón eres! Lo que disfrutas matando.

Le respondió una macabra, perversa carcajada.

Antes de abandonar la estancia, los asesinos se llevaron las pertenencias de las dos personas que acababan de asesinar a sangre fría.

(Copyright Andrés Fornells)

SELECCIÓN DE RELATOS AMERICANOS. En este libro el lector encontrará 30 relatos de género negro. En las grandes ciudades multirraciales y multiculturales sobreviven como pueden: strippers, mafiosos, criminales, drogadictos, prostitutas, damas de la alta sociedad y poderosos magnates saltándose las leyes cuando lo consideran necesario para conseguir lo que más ambicionan.  

A los anteriores se une otra plaga de desesperados: los vagabundos, los mutilados y los pobres de solemnidad que sobreviven con los desperdicios que parte de una sociedad despilfarradora, caprichosa, consumista y sobrealimentada arroja a los contenedores de basura.

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