STELLA LA GORDA Y JOE EL FLACO: LADRONES (RELATO NEGRO AMERICANO

STELLA LA GORDA Y JOE EL FLACO: LADRONES (RELATO NEGRO AMERICANO

El cincuentón multimillonario, Maurice Rokefooler, había salido de buena mañana a pasear por la Quinta Avenida.  Lo acompañaba Lilina, su caniche, un lujoso animal de aspecto tan elegante y arrogante como su dueño, que lo llevaba cogido de una correa y le decía tonterías cariñosas, pues lo adoraba:

—Ricura, ser adorado por tu importantísimo amo, ¿quién te quiere en este cochino mundo más de lo que te quiero yo, divina criaturita?

A aquella hora, todavía temprana, el tráfico, tanto de vehículos como de personas, no era todavía agobiante. Había amanecido con un sol travieso y unas nubes que jugaban a: ahora dejo pasar tus rayos luminosos, ahora no los dejó pasar y permito que tus rayos le hagan cosquillas a mi algodonoso vestido blanco.

Stella la Gorda y Joe el Flaco, que tenían su viejo Cadillac con placas falsas detenido junto a la acera y manteniendo todo el tiempo las luces de posición puestas, descubrieron inmediatamente la presencia del animal y de su acaudalado dueño.

—¡Vamos! —avisó la obesa Stella, que rozaba los 200 kilos de peso, mientras su compañero de fechorías no pasaba de los 50.

Poniendo ambos en peligro sus vidas, atravesaron la calzada sorteando los vehículos que circulaban por ella, y consiguieron alcanzar, indemnes, la otra acera.

Entonces Stella inició un bamboleante trote, chocó violentamente contra Maurice Rokefooler derribándole al suelo, aplastándolo entonces con su enorme humanidad y haciéndole sentir algo parecido a que se le hubiese derrumbado encima un rascacielos. Mientras el potentado luchaba por quitársela de encima, Joe el Flaco cortó el collar de diamantes que el poodle llevaba alrededor de su cuello, y corrió hacia donde habían dejado estacionado su cochambroso automóvil.

Stella la Gorda rodó hacia un lado del medio asfixiado multimillonario, con dificultad consiguió la verticalidad, soltó una maldición sucísima al reparar en que se había roto ambas medias y subida su falda hasta las ingles para tener más movilidad, corrió a reunirse con su canijo cómplice. 

De inmediato rodeó al magnate yaciente una multitud de curiosos. Por entre las piernas de los allí reunidos, Lilina logró encontrar huecos, llegar junto a su amo y tratar de hacerle reaccionar dándole cariñosos lametazos en la cara bañada en lágrimas de su asustado y jadeante propietario.

Maurice Rokefooler tardó unos diez minutos en reponerse del impactante atropello recibido de parte del corpachón de Stella la Gorda, y darse cuenta de que su can no tenía más, alrededor de su cuello, el collar de oro y diamantes valorado en doscientos mil dólares.

Quienes lo tenían en aquel momento en su poder, se hallaban ya a varios kilómetros de distancia de él, henchidos de felicidad y planeando unas largas vacaciones en la Riviera Italiana, el gran sueño de toda la vida de ambos, que descendían de emigrantes napolitanos y habían heredado, de sus ancestros, la nostalgia por su antigua, romántica, alegre patria, y cantaban, a dúo, con más contento que arte:

“'O sole, 'o sole mio, sta nfronte a te, sta nfronte a te!”

(Copyright Andrés Fornells)