SANCHO PANZA REGRESÓ JUNTO A TERESA, SU MUJER (RELATO)
SANCHO PANZA REGRESÓ JUNTO A TERESA, SU MUJER
(Copyright Andrés Fornells)
(DIBUJO DEL GENIAL MINGOTE)
Regresado Sancho Panza a su casa, tras el entierro de su señor, don Quijote el de la triste figura, Teresa, su mujer, le sirvió una opípara comida para festejarlo. Terminada la misma, entre felices eructos por parte del escudero (ahora en paro), su consorte retirados todos los cacharros y dejados en la cocina, tomó asiento delante de su saciado marido y, antes de que él (que la estaba mirando con ojos encendidos de deseo), pudiese meterle mano, le dijo:
—Veamos, marido, dame una prueba del talento que has adquirido durante esta larga, interminable ausencia tuya. Demuéstrame con algo que me sorprenda el provecho que le has sacado a todas tus andanzas.
Acariciándose la regalada panza, Sancho se dispuso a asombrarla con el talento por él adquirido.
—Quédate sentada donde estás que voy a maravillarte dentro de un momento —aseguró él, confiado.
Se acercó a la despensa, cortó cuatro trozos de vela, los colocó encima de una fuente y les prendió fuego delante de su consorte.
Teresa no dijo nada. Permaneció expectante con el ceño fruncido. Era mujer de poca paciencia y, aproximadamente la misma tolerancia. Cuando su esposo terminó esta operación, poniendo cara de listo, que consistió en esbozar una socarrona sonrisa, le preguntó:
—Mujer, ¿qué crees tú que significa esto?
—Dímelo tú, si es que lo sabes —poniendo Teresa los brazos en jarra, predispuesta a burlarse de él.
—Escucha bien, mujer. Estas cuatro velitas representan los cuatro mejores sentimientos que poseemos las personas —y empezó a señalarlas—: La fe, la paz, la esperanza y el amor. Debes apagarlas todas menos una, la que tú piensas es la más importante.
Teresa reflexionó durante un tiempo y finalmente hinchó sus rosados mofletes y sopló con energía dejando encendida solo la vela que su orondo cónyuge había señalado como la del amor.
—Mal hecho. Muy mal hecho —desaprobó Sancho riéndose como un zorro ladrón de gallinas—. Hay que dejar encendida la velita de la esperanza, porque con ella podremos recuperar la fe, la paz y el amor.
Teresa comenzó a mover desaprobadoramente la cabeza y, al final juzgó desdeñosa y contundente:
—Marido, aprecio con tristeza, que has regresado, desgraciadamente tan tonto como te fuiste. Ve a la cocina a limpiar los cacharros sucios, que para algo ha de servirme que hayas vuelto a casa.
—Sí, ¿eh? Pues ganas me están entrando de marcharme de nuevo —amenazó él.
—¿Sabes que te digo?, que si quieres marcharte otra vez ya estás tardando. La puerta la tienes abierta. Me tienes tan acostumbrada a vivir sin ti, que ya me estás más de sobra que de falta.
Pensando en lo que él más deseaba: echarse un buen revolcón con ella en la cama, Sancho bajó la cabeza y, mansurrón, marchó a cumplir la orden recibida. Teresa era una mujer de carácter y, lo mismo que hiciera antaño, podía por las noches, en vez de compartir lecho con él, enviarlo a que compartiera establo con su borrico. Y aunque hay gente muy cochina, Sancho no formaba parte de ella.