RECORDANDO AL TENDERO SEÑOR ANASTASIO (VIVENCIAS MÍAS)
Mi venida a este mundo, así me lo contaron mis bondadosos y honestos padres, fue un logro conseguido gracias a que ellos lo trabajaron con entusiasmo, incansable constancia, embelesado amor y que fue recompensado con un merecido placer.
Mis padres eran unos modestos obreros. Tan modestos obreros eran que con sus sueldos juntos no llegaban a final de mese sin endeudarse con el señor Anastasio, un tendero dueño de un corazón que contenía el doble de bondad que es habitual en la mayoría de los seres humanos, pues les fiaba con la esperanza de que pudiesen liquidar la deuda con la humilde doble paga de Navidad que, algunos me han dicho estableció como obligatoria un hombre amado por unos y odiado por otros que llevaba el nombre de Franco.
A menudo esa paguita no llegaba para saldar la deuda contraída y entonces, mis padres y el tendero soñaban con la muerte de un pariente emigrado a algún país lejano, que habiendo logrado amasar una pequeña fortuna había dejado herederos de la misma a mis esperanzados y soñadores progenitores.
Nada de esto ocurrió y cuando yo empecé a trabajar de ayudante de panadero, fui saldando la deuda de mis padres con dos hogazas de pan diarias que yo mismo le llevaba al señor Anastasio y le demostraba mi agradecimiento contándoles chistes de vampiros, un género que le encantaba. A las personas pacíficas le gusta oír cosas que ellos no son capaces de hacer.
Por favor, que nadie me pregunte a santo de que he escrito todo lo anterior, escrito que poniéndome en lo peor puede que le interese a un par de personas y nada más.
Bueno, ya sé, este breve y humilde escrito mío lo ha motivado el hecho de que la prensa ha desvelado que a un político actual, tan tonto que ni tan siquiera sabe hacer la o con un canuto, lo han metido en la cárcel por haberse enriquecido ilícitamente o, dicho de un modo más realista: enriquecido robando a manos llenas el dinero que es de todos o mejor sería decir que es de cada uno de nosotros forzados, empobrecidos y esclavizados contribuyentes.
Y he recordado al señor Anastasio porque un día de esos en que yo le había traído dos panes para restar la deuda que teníamos contraída con él, me dijo:
—Estás flaco y estarlo te favorecerá ayudándote a ser más inteligente.
—Señor Asensio, ¿en qué me ayudaría estar gordo? —me interesé.
—Te ayudaría a convertirte en orondo capitalista.
He recordado esto porque esta mañana vi a un tipo obeso bajarse de un Rolls-Royce y le he dicho:
—¡Tonto!
Él se ha echado a reír y me ha respondido:
—¡Pobre!
—Pobre, pero inteligente, lo contrario que eres tú —repliqué de un modo brillante.
Falto de argumentos el muy ignorante del ricachón me ha mostrado en un gesto despectivo el dedo gordo de su mano señalando hacia abajo, al estilo neroniano.
Miré para comprobar que mis educadísimos padres no se encontraban cerca y pudieran avergonzarse de mí, y a continuación le hice una peineta.
Él soltó una carcajada. La carcajada más rebosante de burla y desprecio que jamás han escuchado mis castos y sensibles oídos.
¿Alguien desaprueba mi acción de haberme acercado con mucho sigilo a su lujoso coche y procurando no me viese su chofer uniformado, le quitase el tapón de la válvula de una de sus ruedas y luego presionase el pequeño pin metálico desinflándola del todo?
Finalmente, me quité de en medio luchando dentro de mí dos sentimientos: el contento por la maldad realizada a un magnate exitoso, y la culpabilidad por no ser todo lo bueno y ejemplar que mis padres me enseñaron que debía ser.
(Copyright Andrés Fornells)