PROMESA CUMPLIDA (MICRORRELATO)

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PROMESA CUMPLIDA
Apolonio Tortilla contaba sólo veintiún años cuando comenzó a beber como un cosaco. Como les ocurre a muchos bebedores había caído en las garras de este vicio porque se sentía desdichado. La principal causa de su desdicha provenía de su fealdad física. Apolonio poseía un rostro alargado en el que la mitad del mismo era el mentón que parecía un bollo de pan salido, y la otra mitad que su cara la componían un pellizco de nariz, dos ojillos pegados a la misma sombreados por dos cejas pobladísimas, una boquita replegada formando piquito, y una frente muy abombada. Agripina Merienda, su preocupadísima madre, trataba, desesperadamente, de quitarle del vicio que iba mermando su salud.
—Hijo no bebas más que te estás matando y me estás matando a mí de pena y sufrimiento por ti.
—Madre, bebo porque cuando estoy borracho me siento menos desventurado.
—¿Y no hay nada que podría animarte a dejar la bebida?
—Sí, madre, hay un imposible que me haría dejar para siempre la bebida: y es que una mujer hermosa se parase delante de mí en la calle, me dijese que no le doy asco y me diese un ardiente beso en la boca.
—¿Y si te ocurriese eso tú dejarías de beber? —esperanzada la autora de sus días.
—Dejaría de beber —firme el hijo en la respuesta.
—¿Lo juras?
—Lo juro.
Tres días más tarde, sábado, Apolonio salió de su casa con la intención de emborracharse como tenía por costumbre. Iba a entrar en el bar que frecuentaba cuando una mujer impresionantemente bella se detuvo delante de él y le dijo acompañándose de una mirada y un tono de voz apasionado:
—¡Guau, tienes la boca más hermosa que jamás he visto en un hombre!
Y a continuación ella le dio un beso en los labios, tan apretado y ardiente que lo dejó sin aliento, mareado de felicidad. La media docena de segundos que tardó él en recuperarse de su extraordinario asombro, lo aprovechó la bella joven para perderse en la oscuridad de la calle.
No fue muy lejos, justo hasta el coche en el que la esperaba con las luces apagadas la mujer que le pagó la suma que previamente habían acordado ambas.
A la buena madre de Apolonio le resultó milagroso aquel beso, pues su hijo, cumpliendo su palabra jamás volvió a consumir una sola gota de alcohol a pesar de la infinita tristeza que le producía el hecho de no haber vuelto a ver a la mujer cuyo beso continuaba sintiendo en sus labios convertido en amorosa huella indeleble.

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