PROHIBIDO PROHIBIR (RELATO)

PROHIBIDO PROHIBIR (RELATO)

PROHIBIDO PROHIBIR

(Copyright Andrés Fornells)

Así rezaba una de las pintadas más conocidas de cuantas se hicieron durante el famoso mayo francés del 68.

Esto viene a cuenta de que en casi todos los encierros de los sanfermines hemos tenido que lamentar varios heridos y, muy de tarde en tarde, un muerto. Numerosas voces condolidas y justicieras se han levantado en contra de esta fiesta que tiene lugar todos los años en Pamplona (especialmente), pidiendo que se prohíban estos tradicionales encierros.

Según algunos prestigiosos y muy fiables historiadores, esta temeridad de los hombres enfrentándose a las fieras para demostrar lo valientes que son, viene ya de muy lejos. Y con respecto a los toros, los hombres ya se enfrentaban a ellos en la antigua Grecia y, en nuestro país de cuando los celtiberos demostraban a la historia que eran un pueblo, guerrero, bravo y amante de la libertad hasta el punto de dar su vida por conservarla. Recordemos a nuestra heroica e indomable Numancia.

Quienes piden que se prohíba la fiesta nacional de los toros y todas las demás fiestas en las que tienen protagonismo los astados, que tengan en cuenta que las tradiciones —se esté en acuerdo o en desacuerdo con ellas —están firmemente arraigadas en los pueblos y en sus gentes y no son nada fáciles de eliminar.

Algunos habrán visto a los masáis —seguramente desde bastante lejos— enfrentarse a un león para demostrar su coraje.

Bastantes más habrán visto las procesiones de Semana Santa en Filipinas en que hay hombres que se martirizan el cuerpo con agujas, garfios y hasta puñales; o en la India romperse cocos en la cabeza y acabar con ella chorreando sangre.

Todo nuestro país habrá visto las procesiones de Semana Santa con hombres cargados de cadenas y cruces más o menos pesadas.

Y el mundo entero ha asistido a alguna sesión de circo donde los artistas de turno se tragan clavos, hojas de afeitar, bombillas y hasta sables.

Que los hombres, no importa el grado de civilización que alcancemos, llevamos a medio salvaje o salvaje entero dentro del cuerpo, que este salvaje desespera por salir, y que consigue salir más veces de las convenientes, es archisabido.

Por mi parte me limito a hacer un comentario más o menos neutral, sobre los encierros y otras tradiciones antiguas y nada pacíficas ni inofensivas. Solo un comentario neutral, pues mi abuela Rosario me enseñó que la mejor manera de no hacerse enemigos es acogerse a la fórmula resignada que a ella tan bien le iba:

-¡Ay, que Dios nos coja confesados, y que de todo lo demás se ocupen otros!

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