POSEÍA DEMASIADO BUEN OLFATO (RELATO NEGRO AMERICANO)

POSEÍA DEMASIADO BUEN OLFATO (RELATO NEGRO AMERICANO)

          Ella pertenecía a ese grupo de mujeres cuyo voluptuoso vaivén de carnes prietas y bien curvadas excitan a los hombres hasta el punto de llegar a perder la cabeza por ellas.

         Al tipo duro, esta hembra de bandera, lo tenía muy encoñado. Llevaban tres semanas de ardiente y agotadora relación sexual y ambos estaban seguros de haber encontrado en el otro la horma de su zapato o, como diría un fabricante de tornillería, se acoplaban con igual perfección que un perno a su tuerca correspondiente.

        Pero una noche después de darle un enfebrecido ejercicio copulativo a sus cuerpos, los dos amantes se relajaron tumbados de espaldas sobre la cama recuperando fuerzas para lanzarse de nuevo a otro asalto tan gozoso como agotador como lo eran todos entre ellos dos.

         Ella tenía un pequeño televisor colocado encima de una cómoda de estilo funcional. Amante de escuchar las noticias de las doce, la sensual mujer cogió el mando de encima de la mesita de noche y conectó el aparato, sin tener la más remota sospecha de que el destino iba a tomar primordial protagonismo en su vida y en la vida de su compañero de cama.

        Un locutor veterano, de esos que puede anunciar que un terremoto ha matado a veinte mil personas sin que se altere un solo músculo de su cara, dio la noticia de que aquella noche había sido asesinado un juez muy prestigioso que dentro de unos pocos días iba a juzgar a un importante capo de la mafia.

        —“Al parecer el asesinato se cometió a las diez de esta noche en el garaje del finado, pues a esta hora declaró un vecino haber oído tres disparos, y ese es el número de balas que se han encontrado en el cuerpo del occiso e igual número de casquillos, y que según los primeros informes de la policía pertenecen a una Glock 19.

         Como si acabara de picarle una avispa, la mujer sobre cuyo redondo y firme pecho la manaza del hombre que estaba con ella comenzaba a despertar el apetito sexual, se volvió hacia él luciendo en sus labios carnosos una sonrisa maquiavélica y le dijo en un tono de tranquila acusación:

         —¡Ah, travieso, travieso! Ya sé ahora a lo que de verdad te dedicas. Y no lo niegues porque acabo de descubrirlo. No eres un comerciante sino un asesino profesional. Pero nada temas por mi parte, que nada voy a decir a nadie. Soy perfecta guardando secretos.

         El tipo duro muy disgustado con la situación que acababa de crear la hermosa mujer, que ahora apoyada en un codo lo miraba expectante, una maliciosa sonrisa curvando sus labios carnosos.

        —Habla más claro. No entiendo lo que dices.

        Sin dejarse impresionar por la inalterable expresión de su angulosa cara, la prostituta habló todo lo claro que él le pedía.

        —Que acabo de descubrir que eres un asesino y no un comerciante que vive de importar gorrinos, tal como me dijiste —no se mostraba en absoluto escandalizada—. Vives de matar personas. Tienes un Glock 19, que me dijiste llevabas para defenderte de posibles atracadores, hoy llegaste aquí a las diez y cuarto y tu mano izquierda olía a pólvora. Un olor que me es muy familiar por mi padre era un gran aficionado a la caza. Ya sabes que siempre me vanaglorio del extraordinario olfato que tengo y me sobran razones para ello. Así es que puedes sincerarte conmigo, porque yo te quiero y por nada del mundo intentaría perjudicarte.

       El hombre duro no perdió tiempo en negarlo. Creía conocerla lo suficiente para comprender que sería por su parte inútil intentarlo.

       —Sí, ciertamente tienes un olfato extraordinario. Y mereces un premio por ello. ¿Qué premio deseas que te conceda? Sabes que soy generoso.

        A pesar de lo muchísimo que le costaba, él esbozó una sonrisa con la que consiguió despertar confianza a la mujer, segura ella de contar con un arma infalible para chantajearle.

        —Vi días atrás, en una joyería, un reloj de oro con brillantitos del que me enamoré al instante. Es lo más bonito que he visto en mi vida. ¿Crees que podrías regalármelo? Te estaría agradecida el resto de mi vida. Te lo aseguro. Y ya no te pediría nunca más nada. ¿Qué dices? ¿Quieres complacerme, buenorro?

      No se movió un solo músculo del granítico rostro de él.

      —Por supuesto que quiero complacerte. No me arruinaré con ello. Cuenta con esa maravilla de reloj. Mañana mismo iremos a comprarlo. Pero no me pidas nada más durante un buen periodo de tiempo, ¿eh? Me costará una fortuna este capricho tuyo.

       —Sí, mi amor, te doy mi palabra. Todos sabemos que suelen ser caras las cosas que hacen felices a la gente. Y ese relojito, a mí, me hará inmensamente feliz.

       —Mañana lo tendrás. Ya sabes que no soy ningún roñoso —sacó él un cigarrillo del paquete que tenía encima de la mesita de noche, lo encendió, soltó un par de bocanadas y dijo—: Tengo ganas de ti otra vez y a cambio de tu capricho me pido otro para mí; que llenes la bañera con agua calentita, la perfumes y, cuando la tengas llena y tú dentro de ella, me llames. Vamos a echar dentro del agua un polvo de antología. Mientras tú haces eso yo iré a la cocina y prepararé dos whiskies con hielo para nosotros

       —Concedido. Tu generosidad, merece la mía —riéndose coqueta, dichosa.

       Se metió ella en el cuarto de baño y comenzó a llenar la bañera a la temperatura que agradaba a ambos.

       El tipo duro marchó a la cocina. Nadie hubiera adivinado por la inexpresividad de su rostro si estaba enojado o no con el chantaje que le estaba haciendo la mujer que había descubierto el asesinato cometido por él.

       —¡Ven! Te estoy esperando, grandullón —pocos minutos más tarde lo llamó ella, con un falso tono cariñoso en su voz.

       Como si acabaran de recargarle las pilas, el tipo duro abandonó su asiento, se hizo con el aparato eléctrico que había planeado coger y marchó con él la mano directo al cuarto de baño.

        —Así, con las manos detrás de la espalda, pareces un colegial travieso —ella intrigada  por la postura que él mantenía en aquel momento—. ¿Estás pensando cometer alguna travesura?

        Él actuó con la velocidad del rayo. Sacó las manos fuera de su espalda, enchufó la plancha que llevaba en ellas y la arrojó dentro de la bañera. Y con esta rápida y bien planeada acción se libró de una testigo peligrosa y de comprar un reloj que le habría costado una importante cantidad de dinero. Esperó a que ella terminara de convulsionarse, de realizar horribles muecas y lanzar aullidos de dolor, y cuando la inmovilizó la muerte regresó entonces al dormitorio. Se vistió, colocó en un papel de periódico las colillas del cenicero donde había apagado la última de ellas y, tras meterlas dentro de un bolsillo de su chaqueta marchó a la calle. Una mueca macabra ejercía en su rostro la inquietante función de sonrisa.

Le apetecía andar, dio una vuelta a la manzana y finalmente se detuvo donde tenía aparcado su coche, se metió dentro de él y puso un DC de Elvis Presley que le encantaba "Are You Lonesome Tonight".

         Cuando llegase a su casa, si su mujer se mostraba cariñosa con él excusaría un fuerte dolor de cabeza. Un truco que no tenía por qué ser exclusivamente femenino. Ya no le quedaban más ganas de sexo, las había agotado con la chantajista antes de romper “muy definitivamente” con ella.

(Copyright Andrés Fornells)