"POPEYE", MI GATO, ME BUSCÓ UNA NOVIA (MICRORELATO)
A mi gato “Popeye”, no le gustaba que yo viviese en soledad. Él había entrado en mi casa poco después de haber tenido yo el mayor desengaño amoroso de toda mi vida. No me había ocurrido nada que no le haya sucedido anteriormente a muchísima gente. Carmen, la chica de la que yo estaba locamente enamorado y creía haber encontrado reciprocidad en ella, se lio con mi mejor amigo y marchó a vivir con él.
Este hecho traumatizante hirió muy en lo hondo mi corazón, me quitó por un tiempo las ganas de exponerme a otra experiencia parecida y, la forma de conseguirlo entendí la encontraría manteniendo lejos de las féminas.
Mi gato “Popeye”, no sé cómo sacaría él la convicción de que yo, viviendo sin pareja, de ninguna manera podía ser feliz.
Y empezó a escaparse. Y en una de sus escapadas volvió a casa acompañado de una preciosa gata de angora. Lógicamente, impulsado yo por la honesta intención de devolvérsela a su dueño, le pregunté de dónde la había sacado, “Popeye” se limitó a decirme: “miau” y a mirarme como queriendo añadir: “Déjate de pamplinas y búscate tú también pareja, tío aburrido”.
Queriendo continuar mi existencia de hombre probo, honesto y justo llevada por mí hasta entonces, dejé una nota y una foto en la acristalada puerta de la panadería, en la describía al precioso gato de angora, la circunstancia de que había aparecido un día en mi casa e invitaba a su dueño a que viniese a buscarlo a la dirección mía escrita allí.
Aquella misma noche, estábamos viendo un musical en la televisión: “Popeye”, la gatita blanca como la nieve, que mi gato había convertido en su novia, y un servidor, cuando sonó el timbre de la puerta.
Fui a abrir y me encontré con una joven elegante, guapa y con todas esas formas que tan voluptuosamente diferencian el género femenino del género masculino. Ella, ofreciéndome una sonrisa devastadora, me dijo con voz aterciopelada:
—Hola. Verás, hace tres días me desapareció una gatita que es igual a la de la foto que dejaste en la puerta de la panadería.
—¡Vaya, estupendo! —exclamé saliendo del encandilamiento que se había adueñado de mí nada más verla—. Pasa, pasa; a ver si es tu gatita la que vino un día en compañía de mi gato.
Pasamos al salón. La gatita blanca de Angola en cuanto la vio, se fue para ella y le saltó a los brazos.
—“¡Olivia!” —escuché que decía con manifiesta alegría mi visitante.
Yo tuve la inmediata evidencia de que aquel bello animalito era el suyo. Esperé a que mi visitante terminase de hacerle carantoñas al ronroneante minino, para decirle:
—¿Puedo invitarte a un café?
—No quisiera molestar.
—Será un placer. Tengo una maquinita que tarda un par de minutos en prepararlo. Toma asiento, por favor.
Con Laurita, que así se llamaba la propietaria de “Olivia”, nos tomamos dos cafés, cuatro coñacs; hablamos sobre mil cosas diferentes, disfrutando enormemente de la conversación y, otro tanto, de mirarnos con enorme agrado.
Total, que mi “Popeye” se había hecho novio de “Olivia” y yo me hice novio de su dueña.
Aunque sólo sea por esta breve historia que acabo de contarles, nunca hagan caso, nunca crean a las personas que les niegan extraordinaria inteligencia a los gatos. Yo, a la inteligencia del mío, le debo mi felicidad.